Creo que es tan tonto que la gente quiera ser feliz. Feliz es tan momentáneo… Estás feliz por un instante y luego empiezas a pensar de nuevo. El interés es lo más importante en la vida; la felicidad es temporal, pero el interés es continuo. (O’Keeffe)

Georgia O’Keeffe, fotografía de Alfred Stieglitz

“Yo puedo ver lo que quiero pintar. Lo que te hace querer crear sigue ahí”. Estas palabras las dijo Georgia O’Keeffe, a la edad de noventa años y prácticamente ciega a causa de una degeneración macular, sin embargo, su impulso creador continuaba tan vigoroso como cuando era joven, cuando llegó a ser la pionera del modernismo americano con sus lienzos de flores, cráneos de animales, rascacielos y el paisaje del sureste, sobre todo del estado de Nuevo México, a donde se trasladó tras la muerte de su marido, el fotógrafo y promotor de arte Alfred Stieglitz, quien había sido su primer galerista en la ciudad de Nueva York.

Georgia, más conocida como Totto, apodo que le adjudicó su abuelo materno, nació el 15 de noviembre de 1887 en la pequeña ciudad agrícola de Sun Praire, en el condado de Dane, en el estado de Wisconsin. Era la segunda de siete hijos de una familia de granjeros cuyo padre era de procedencia irlandesa y su madre una mezcla entre húngara y holandesa.

Desde pequeña se despertó en ella el interés por el arte, algo que no era ajeno a la familia, pues sus dos abuelas también poseían un vivo interés por la pintura y dos de sus hermanas más pequeñas le siguieron los pasos, pero, así mismo, Totto sentía una enorme curiosidad por la naturaleza, lo que quedaría plasmado en muchas de sus obras. Así que su madre no esperó mucho tiempo para buscarle un artista local de quien pudo recibir sus primeras clases, marchando, al concluir los estudios primarios, a la Sacred Heart Academy de Madison, donde continuó con su aprendizaje artístico. A los quince años ya estaba convertida en una artista en ciernes con un fuerte espíritu independiente, algo que le granjeó bastante popularidad y afecto en el Chatham Episcopal Institute, sobre todo entre los estudiantes a quienes les atraía su actitud, su forma de vestir y su individualismo.

Tras la graduación, marchó al Art Institute de Chicago, donde estudió con John Vanderpoel, alcanzando las mejores posiciones en aquella clase tan competitiva, sin embargo, esta meteórica carrera se vio truncada por unas fiebres tifoideas que le dejaron inactiva durante un largo año, una vez pasado el cual, viajó hasta la ciudad de Nueva York para estudiar en la Art Students League, donde recibió clases de William Merritt Chase, Luis Mora y Kenyon Cox, obteniendo un premio con su obra Dead Rabbit with Copper Pot (1908).

Dead Rabbit with Cooper Pot (1908)

O’Keeffe no limitaba su aprendizaje a lo que simplemente se le impartía en las aulas, ni tan siquiera se ceñía su interés al ámbito de la pintura, sino que visitaba todo tipo de galerías y se interesaba por todo género de arte, por lo que sus ideas estéticas se iban ampliando. Una de estas galerías, la denominada 291, por estar ubicada en ese número de la Quinta Avenida, de ideología vanguardista y pionera en el mundo de la fotografía, regentada por los fotógrafos Edward Steichen y Alfred Stieglitz, quien sería su futuro marido, tendría una relevante importancia en su futuro artístico.

Sin embargo, a causa de una larga enfermedad de su madre y de la quiebra del negocio que su padre había instalado en Virginia, O’Keeffe tuvo que dejar sus estudios en Nueva York y buscarse un trabajo como diseñadora comercial en Chicago, trasladándose con su familia, finalmente, a la localidad de Charlottesville, retomando los estudios en la Universidad de Virginia, donde su expresión artística fue evolucionando desde el realismo a una concepción más abstracta y personal.

A partir de 1912 comienza a impartir clases de Arte en Amarillo, Texas, y, desde 1915, en la Universidad de Columbia, Carolina del Sur, comenzando durante ese periodo su serie de dibujos a carbón que fueron considerados las primeras manifestaciones de la abstracción pura de los artistas americanos, dibujos que envió a su amiga y compañera de estudios Anita Pollitzer quien se los mostró a Stieglitz, dando paso, con este hecho, a una interesante correspondencia entre ambos que no tardaría en dar sus frutos.

Stieglitz expuso diez dibujos de O’Keeffe en su sala 291 y en 1917 ya consiguió su primera exposición individual. Georgia marchó entonces a Nueva York bajo la tutela y financiación de Stieglitz, donde, además de continuar con sus trabajos pictóricos, que él promovía y comercializaba, le sirvió de modelo en más de trescientas fotografías, tanto de retratos, como de desnudos y, a pesar de la diferencia de edad entre ambos, Stieglitz era veintitrés años mayor que ella, y de que él estaba casado, no tardó en surgir el romance que les condujo al matrimonio en 1924.

Aquella fue su época de las flores, entre las que destacaremos: Petunia Nº 2 (1925), Black Iris (1926) o Oriental Poppies (1928). De estos trabajos, ella misma dijo: “Si pudiera pintar la flor exactamente como yo la veo, nadie vería lo que yo veo porque la pintaría pequeña como la flor que es pequeña, así que me dije a mí misma – voy a pintar lo que veo, lo que la flor es para mí, pero la voy a pintar grande y se sorprenderán y les llevará tiempo poder mirarla – voy a hacer que los neoyorquinos, incluso los más ocupados, se tomen su tiempo para ver lo que yo veo en las flores”.

Pero un espíritu sensible a todo lo moderno y revolucionario no podía quedarse impasible ante la imponente belleza geométrica de los rascacielos neoyorquinos, por lo que, al mismo tiempo que la serie anterior, comenzó a realizar la otra que, antagonista en las formas, se complementaba en el fondo en esa búsqueda de O’Keeffe de los elementos capaces de proporcionarle un medio de expresión que muy pronto le llevó al éxito, sobre todo por el hecho de ser una mujer abriéndose paso en un ámbito, hasta entonces, dominado por los hombres. Nueva York, la ciudad símbolo de la modernidad mundial, apareció en múltiples de sus lienzos, como ejemplo: City Night (1926), Shelton Hotel, New Tork Nº 1 (1926) o Radiator Bldg-Night, New York (1927).

El verano de 1929 sería decisivo para la evolución artística de O’Keeffe, cuando al visitar el norte de Nuevo México se quedó prendada de aquel paisaje salvaje, duro, aunque vital y genuino, de la cultura de los antiguos navajos, de la sutil frontera entre la vida, que se aferraba en cada roca, en cada precipicio, en cada recodo polvoriento, y la muerte, señora y dueña de la soledad del desierto interminable. Quizá por eso ella le llamaba “the faraway” (el lejano), aunque le hizo brotar nuevos colores e impresiones en sus cuadros, quizá más icónicos, como: Black Cross, New Mexico (1929), Cow’s Skull: Red, White and Blue (1931) o Ram’s Head, White Hollycock, Hills (1935).

En 1946 el Museum of Modern Art llevó a cabo la primera exposición retrospectiva del trabajo de una mujer, claro está que nos referimos a Georgia O’Keeffe. Su atracción por las tierras del suroeste norteamericano llegó a tal extremo que, estando todavía vivo Stieglitz, decidió mudarse a Abiquiú, Nuevo México, haciéndolo su residencia habitual a la muerte de éste.

Aunque lo fue compaginando con constantes viajes por todo el planeta a la caza de motivos e ideas para plasmar en sus pinturas como la visión de las nubes desde el avión: Sky above Clouds, IV (1965).

Aky above Clouds, IV (1965)

O’Keeffe llegó a ser muy popular entre los movimientos feministas de su época, sobre todo como un ejemplo a seguir por su independencia, fuerza y valor para hacerse un lugar preeminente en los círculos artísticos donde se le tenía un gran respeto, hasta tal punto que, en 1977, recibió la Medalla de la Libertad, de manos del presidente Gerald Ford, y en 1985 la Medalla Nacional de la Artes.

Cerro Pedernal

O’Keeffe murió en 6 de marzo de 1986 en la ciudad de Santa Fe, Nuevo México, siendo dispersadas sus cenizas sobre el Cerro Pedernal que le sirvió de modelo para muchos de sus cuadros y del cual dijo: “Es mi montaña privada. Me pertenece. Dios me dijo que, si la pintaba lo suficiente, podría tenerla”. A su muerte dejaba como legado un ingente trabajo de miles de pinturas distribuidas por museos de todo el mundo, aunque en la ciudad de Santa Fe tiene el suyo propio, el Georgia O’Keeffe Museum, dedicado a preservar su arte y su memoria.

Georgia O’Keeffe fue pionera en el desarrollo de modernismo norteamericano, manteniendo una frecuente relación con los movimientos vanguardistas europeos de comienzos del siglo XX y completando una sustancial obra pictórica durante setenta años, cuya principal característica se basa en su capacidad para descubrir la emoción de los objetos abstrayéndolos del mundo natural. Su propio marido, el fotógrafo Alfred Stieglitz, la calificó como la primera mujer modernista de América, llegando a ser sus cuadros parte importante del paisaje artístico norteamericano.

Fue una incansable estudiosa del arte en busca constante de técnicas nuevas que no dudaba en incorporar a su obra, recibiendo una influencia especial del método de Paul Strand, quien recortaba sus fotografías para lograr primeros planos de los objetos de interés, los cuales quedaban perfectamente detallados.

Sin embargo, ella no siguió ningún movimiento determinado, sino que experimentó con todos los motivos que le permitieran una abstracción de la naturaleza, creando series donde se sintetizaban lo real y lo abstracto, utilizando para ello las formas más primarias, y siendo en ocasiones bastante detallista y, en otras, en cambio, centrándose solo en la forma y el color despojando al objeto de cualquier elemento particular.

Su arte estaba fundamentado en la representación de la naturaleza y de las cosas tras una intensa observación, usando para su recreación la simpleza de la línea y el matiz del color.

Desde el lago, nº 1 (1924)