René Magritte, nacido el 21 de noviembre en Lessines, Bélgica, es el artista belga más conocido del siglo XX. Desde muy joven tuvo que poner su arte a disposición de lo comercial y la publicidad para poder sobrevivir durante años, lo cual, con toda seguridad, modelaría su forma creativa. De carácter solitario y de gustos discretos, huía de la ostentosidad a la que rápidamente se iban acomodando sus contemporáneos surrealistas, por lo que, sumado a su particular forma de trabajar, como el hecho de realizar diferentes versiones de la misma obra o la utilización del texto en muchas de estas, le granjeó un cierto rechazo por parte de ellos, muchos de los cuales no consiguieron el reconocimientos que él lograría con el paso del tiempo, sobre todo entre la tendencia conceptualista, a causa de su capacidad de provocación.

Las ideas claves de la creación de Magritte parten de su deseo por cultivar un enfoque inexpresivo e ilustrativo que articulaba el contenido de sus imágenes, a diferencia del resto de los surrealistas, quienes buscaban con frecuencia la experimentación con nuevas técnicas. Seguramente, como ya he comentado, su trabajo comercial le dio una visión diferente sobre el papel de la obra de arte como ente único, original e irrepetible, sin desechar su interés por el pensamiento freudiano, el cual afirmaba que la repetición es una evidencia de la existencia de algún trauma, por lo que él repetía sus creaciones en series de varias versiones de la misma obra donde mostraba su fascinante manejo de los diferentes motivos y sus posibles conflictos internos.

Sin embargo, lo más destacable de sus creaciones es lo paradójico de las mismas, pues utilizando imágenes sencillas y simples, hermosas muchas veces gracias a su claridad, provocan, en cambio, inquietud en el observador, que se ve atrapado por algo misterioso que en ellas se encierra. Simplemente, asombran. Pero no debemos descartar su espíritu investigador en un intento de descubrir las estrechas relaciones existentes entre lo que vemos y lo que creemos ver y, por lo tanto, en los malentendidos que esto puede producir en el lenguaje. De ahí sus obras con textos.

René Magritte (1898-1967), belgischer Maler.

Magritte era un hombre con bombín, algo típico entre la clase media europea de su tiempo, un hombre que se repetía con insistencia a lo largo de sus pinturas porque él se inspiraba y alimentaba de lo cotidiano y convencional. Pues, aunque nacido en una familia acomodada, donde era el mayor de tres hermanos, algo rechinaba en la honorabilidad doméstica de aquel industrial manufacturero casado con una joven prostituta retirada, la cual nunca fue feliz, como lo demuestran sus repetidos intentos de suicidio, hasta que, en 1912, cuando René contaba con catorce años de edad, consiguió por fin arrebatarse la vida ahogándose en el río… Según algunas opiniones, el joven Magritte estaba en la orilla cuando rescataron el cuerpo de su madre y su rostro oculto por parte de la tela mojada de su vestido le impactaría de tal manera, que le haría reproducirlo años después en imágenes como la de Los amantes, sin embargo, este punto no está en absoluto confirmado. En cambio, sí está atestiguado otro hecho de su infancia que le decidió positivamente a dedicarse a la pintura, éste fue el encuentro en un cementerio, donde iba a jugar con sus amigos, con un hombre que pintaba entre las tumbas, y que él mismo relató: “Encontré, en medio de algunas columnas de piedra rotas y hojas apiladas, un pintor que había venido de la capital y que me parecía estar realizando magia”.

Durante sus estudios en la Académie des Beaux-Arts de Bruselas, a pesar de ser un alumno bastante irregular en la asistencia a clase, tomó contacto con los movimientos del momento: futurismo, cubismo, purismo… y se sintió atraído por los trabajos de Jean Metzinger y Fernand Leger, ambos artistas franceses inscritos en la corriente cubista de quienes recibiría bastantes influencias.

Tras su boda con su amiga de la infancia Georgette Berger, a la cual utilizaría de modelo en muchas de sus pinturas, comenzó a trabajar como dibujante en una fábrica de papel tapiz y, posteriormente, como diseñador de publicidad. Durante este periodo fue cambiando en su concepción del arte, aunque no sería hasta el año 1925, tras conocer el trabajo de Giorgio de Chirico, que se volcaría por completo en el surrealismo, utilizando muchos motivos de aquél, como esferas, manos de yeso o trenes…

A finales de la década de los veinte del siglo XX pasó algunos años en París donde entabló amistad con otros artistas surrealistas como André Bretón, el gran inspirador de este movimiento, Max Emst y Salvador Dalí, volviéndose su expresión mucho más orgánica e influenciándose de los temas tan de moda en los estudios del momento como la locura o la histeria. Sin embargo, pronto comenzó a apartarse de la línea oficial de ese movimiento y a tomar su propio camino en busca de otras respuestas a sus preguntas comenzando a utilizar el lenguaje en las pinturas.

De 1926 data el cuatro titulado El asesino amenazado, actualmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, una inquietante y perturbadora pintura que nos muestra el cuerpo desnudo y sin vida de una mujer sobre un diván. De su boca mana sangre y la única prenda que hay sobre ella es un pañuelo blanco tapándole parte del cuello. Sin embargo, la posición de la cabeza no se concilia con la del cuerpo, por lo que se podría suponer que está decapitada. A su lado, de pie y con porte y vestimenta elegante, se ve a un hombre joven que escucha tranquilamente un gramófono, su abrigo y sombrero aparecen cuidadosamente depositados sobre una silla, y entre ésta y el diván, se puede ver un maletín marrón. Con esto solo ya la imagen es turbadora, pero el encuadre y la perspectiva juegan con el espectador mostrando una puerta abierta en primer plano y una ventana, también abierta, al fondo. Escondidos a ambos lados de la primera se encuentran dos hombres armados, uno con una porra y el otro con una red, dispuestos a dar caza al personaje tranquilo del interior, y asomados a la segunda se ven a tres hombres apostados justo en el punto de fuga del cuadro, hacia donde nos conducen las líneas de los tablones del suelo, como si Magritte quisiera darnos una sensación tridimensional de la escena para acrecentar más todavía la ansiedad que nos provoca lo que vemos, incluyendo al final un abrupto paisaje de altas y agrestes montañas…

La voz de los vientos, fue pintada en 1928. Aquí aparece uno de los motivos que tomó prestados de Chirico, esas compactas y pesadas esferas flotantes que parecen volar sobre un tranquilo paisaje de verdes prados y bosques y de azules mar y cielo. El efecto inquietante de este cuadro procede no de los objetos utilizados: esculturas esféricas, paisaje, naturaleza, edificios… sino, más bien, de la combinación de los mismos, absurda, inverosímil y fuera de toda lógica, que nos produce una sensación de amenaza que no sabemos explicar.

Los amantes, pintado en 1928, es uno de los cuadros más conocidos de Magritte. Dos personas sin identidad, una mujer y un hombre, lo cual lo deducimos por sus ropas, pues sus cabezas están enfundadas con sendas telas mojadas, se están besando en el interior de algún habitáculo de paredes color granate, lo que no tenemos claro es si el fondo es otra pared pintada de azul oscuro o una abertura a la noche. Pero ¿dónde radica lo inquietante de esta escena?, pues en los paños mojados que cubren los rostros, es decir, volvemos al recurso de utilizar cosas comunes en combinaciones extrañas. De esta pintura hay otra versión en la que en el fondo sí se ve un exterior de campo y naturaleza. Muchos críticos de arte han querido ver en esta obra una conexión con el trauma sufrido por el autor dieciséis años antes, cuando su madre se ahogó en el río y él vio su cuerpo sin vida con el rostro tapado por una prenda mojada, sin embargo, él siempre negó esa relación.

¿Qué interés habría encarnado esta pipa tan bien representada en los espectadores si Magritte no hubiese incluido la leyenda?… Pues posiblemente ninguno. Sin embargo, con la inclusión de esa sencilla frase, el autor consigue condicionar la percepción de quienes observan el cuadro. De esta manera, rompiendo con la forma convencional de representar la realidad, incluyendo esa negación de una autenticidad que podemos observar, el autor provoca la subjetividad del espectador y nos plantea un problema semántico entre significado y significante, pues realmente no comete ningún error, pues lo que aquí vemos no es realmente una pipa, sino la representación pictórica de la misma, al igual que ocurre con el signo lingüístico donde el significante no es el significado, ni este la cosa real que representa. De aquí que Magritte le diera tanta importancia a la subjetividad del espectador al momento de interpretar una obra.

Las sirenas no existen, pero todos tenemos muy claro cómo son: “Cabeza y tronco de mujer y cola de pez”, sin embargo, esa imagen es una simple “Invención colectiva”, tal como Magritte tituló esta pintura donde la sirena convencional aparece varada en la playa y con unas formas que no corresponden a la imagen que damos por buena. Deconstruyendo el orden prestablecido, y universalmente aceptado, entre los objetos, las palabras y las certidumbres, el pintor nos muestra hasta qué punto nos dejamos llevar por los convencionalismos a la hora de crear una realidad. La cultura popular, que posiblemente esté equivocada en muchas ocasiones, ejerce una fuerte influencia en nuestra forma de ser y pensar consagrando lo que llamamos “tradición”, que llegar a ser una ley inquebrantable. Pero Magritte, con su fino sentido del humor y su capacidad de provocar, nos pone ante nuestras propias contradicciones.

La pintura surrealista no quiere copiar la realidad, sino reinterpretarla, ir más allá de ella mediante la dualidad de percepciones a la que tanto nos acostumbró Salvador Dalí en sus obras.

En La violación, una pintura de 1934, Magritte le añade un cuello a la porción de un tronco femenino y lo corona con una melena de pelo castaño, y de esta forma, los pechos se han convertido en ojos, el ombligo, en nariz, y el vello púbico agazapado entre los muslos apretados, la boca.

Magritte ha violentado el rostro femenino tomando conciencia de su condición machista que busca la belleza en el atractivo sexual, alterando de esta forma la esencia de ser mujer. Es una violación en toda regla, representando en un lienzo lo que muchos hombres realizan en sus propias mentes.

Es imposible afirmar que en los cuadros de Magritte los elementos reproducidos tengan una función puramente estética. Por ejemplo, en los pertenecientes a la serie denominada “La condición humana”, pintados entre 1933 y 1935, utiliza cuadros dentro del mismo cuadro, con imágenes sumamente sencillas y colores en tono pastel, de golpe hay algo que nos sorprende, que golpea nuestra percepción lógica de la realidad: la extensión de un paisaje sobre un lienzo que parece hacer la función de ventana… la disposición de una bola negra, maciza en medio de un espacio donde no debería estar… y todo ello, en conjunto, nos provoca cierta inquietud al no comprender la relación establecida entre estos objetos… Acaso, ¿si se quitase la tela quedaría un espacio vacío en el paisaje?…

Otro ejemplo muy claro de lo que estamos comentando lo podemos observar en el siguiente cuadro: “La clarividencia” (1936). A simple vista no parece haber nada extraño, pues simplemente vemos al propio Magritte en un clásico modelo de autorretrato donde aparece él sentado en una silla, pintando un ave sobre un lienzo blanco sostenido por un caballete de madera. El pintor aparece muy peinado, vestido con un traje de chaqueta oscuro y camisa blanca, con su mano derecha perfila las alas abiertas del pájaro, mientras que con la izquierda sostiene la paleta donde pueden verse la mezcla de los colores utilizados. La cabeza vuelta a su izquierda, observa con concentración y gesto grave al modelo que permanece sobre una mesa con mantel color óxido… y ahí nos damos de bruces con la hiperrealidad… el modelo del que se sirve el artista para representar su ave es un simple huevo…

Tendremos que hacer caso a las palabras del propio Magritte cuando dijo: “Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen”. No buscaremos esos significados en este cuadro, “La llave de los campos”, otro de la serie de la pintura dentro de la pintura, y cuando observemos esta imagen de una ventana abierta a un verde paisaje, cuyos cristales se han roto por un impacto y las piezas se han esparcido por el suelo mostrando, no la esperada transparencia, sino fragmentos del mismo paisaje que ahora podemos ver a través del agujero en el cristal, simplemente nos preguntaremos si lo que vemos es la realidad o solo lo imaginamos…

Pero estas extrañas relaciones que Magritte establecía en sus pinturas mediante objetos simples y sencillos se extendieron a lo largo de toda su obra, consiguiendo, de esta forma, una constante dialéctica entre la persona que las observa, el cuadro que se deja observar y la intención del artista que ha querido transcender en el tiempo. La voz de René Magritte está ahí, presente entre las pinceladas de sus cuadros, agazapada entre las sombras de una sociedad coaccionada por los convencionalismos cuya inteligencia se sorprende cuando algo se sale de lo “normal”.

Seguidamente os ofrecemos una serie de cuadros de René Magritte que podréis disfrutar plenamente, viéndolos más grandes si hacéis clic con el ratón sobre ellos. Observadlos y dejaros llevar por las sensaciones que desprenden. Me gustaría que me comunicaseis lo que habéis descubierto en ellos o lo que percibís de sus posibles insinuaciones.

René Magritte murió en Bruselas el 15 de agosto de 1967.

El legado de Magritte fue bastante importante y transcendió en el tiempo influyendo en movimientos posteriores como el Conceptualismo, el Pop Art y otras tendencias donde supieron sacar provecho a la asociación entre arte y publicidad o arte y comercio, con artistas tan conocidos como Warhol, Kippenberger o Robert Gober.