En el verano de 1862, un grupo de jóvenes artistas guiados por el apasionado y brillante Edward Radcliffe viaja a Birchwood Manor, una casa de campo a orillas del Támesis. Tienen un plan: vivir un mes recluidos y dejarse llevar por su inspiración y creatividad. Sin embargo, cuando el verano toca a su fin, una mujer ha muerto de un disparo y otra ha desaparecido, se ha extraviado una joya de valor incalculable y la vida de Edward Radcliffe se ha desmoronado.

Unos ciento cincuenta años más tarde, la joven archivista Elodia Winslow descubre una cartera de cuero que contiene dos objetos sin relación aparente: una fotografía en sepia de una mujer de gran belleza con un vestido victoriano y el cuaderno de bocetos de un artista en el que hay un dibujo de una casa de dos tejados en el recodo de un río. ¿Por qué ese boceto de Birchwood Manor le resulta tan familiar a Elodie? ¿Y quién es esa hermosa mujer que aparece en la fotografía? ¿Le revelará alguna vez sus secretos?

Los lugares misteriosos son una constante en las novelas de Kate Morton, por lo que no podía faltar este elemento en su última novela, La hija del relojero, esa casa de dos tejados en el recodo del río, Birchwood Manor, la cual es utilizada como escenario para el desarrollo de una enigmática historia donde intervienen diversos personajes, sin ningún vínculo aparente entre ellos, a lo largo de algo más de siglo y medio.

Sin embargo, esta casa es algo más que un punto de referencia espacial pasando a ocupar, desde el primer momento, un lugar importante entre el elenco de protagonistas que se van sucediendo en transcurso de la narración. Birchwood Manor, según una antigua leyenda, fue construida en un terreno bendecido por la Reina de las hadas después de que sus hijos fueran protegidos por una pareja de humanos y, por ello, de vez en cuando todavía se puede vislumbrar una luz en la ventana del ático como símbolo de esa mágica protección, algo que han ido percibiendo, sin encontrarle ninguna lógica, los sucesivos residentes en este lugar, todos ellos víctimas de algún revés de la vida, comenzando con Albertine Bell “Birdie”, cuyo espíritu, narrador en primera persona, va desgranando su propia historia mientras observa a todas esas personas que han ido compartiendo ese espacio con ella.

De esta forma, la novela posee dos esferas narrativas: la voz de Birdie, quien nos va contando su historia desde los primeros recuerdos de la infancia, cuando todavía vivía con su padre, el relojero, pasando por su periodo de niña carterista a las órdenes de la señora Mack, hasta llegar a posar como modelo para Edward Radcliffe, cuando se cambió el nombre por el de Lily Millington, bien elucubra sus pensamientos sobre los movimientos y acciones de los habitantes circunstanciales de Birchwood Manor, y las diferentes historias de éstos, en tercera persona y relatadas por un narrador omnisciente. Ambas esferas tienden a converger, mediante un complicado laberinto de hechos, casualidades y demás azares de la vida, alejados todos ellos por el tiempo, en un único eje de rotación: esta casa y los sucesos acaecidos en ella en el verano de 1862.

Birchwood Manor esconde muchos misterios sin resolver entre sus muros. Todo permanece en el silencio del olvido hasta que en 2017 Elodie Wislow, en los sótanos de Stratton, Cadwell & Co., mientras trabaja clasificando unos viejos archivos, da con la bolsa de cuero que contiene la fotografía y los bocetos y algo en este descubrimiento le dice que tras de ellos hay un misterio por resolver.

La hija del relojero es del estilo de las buenas novelas góticas, pero sin causar terror ni inquietud, sino provocando la efervescencia suficiente en los lectores para querer continuar leyendo hasta desentrañar todo ese entresijo, y como novela gótica posee todos los elementos esenciales de una apasionante historia de fantasmas: la muerte de uno de los personajes principales en misteriosas circunstancias, el espíritu que vaga por una casa encantad de la que es prisionero por la eternidad y el empeño de alguien del presente por llegar al fondo del dilema.

La serie de personajes de la novela es enorme, lo que interfiere por momentos en el perfecto desarrollo de la lectura, a no ser que se posea una excelente memoria. Todos ellos son ficticios, sin embargo, la “Hermandad Magenta”, formada por un grupo de talentosos y bohemios jóvenes creadores encabezados por Edward Radcliffe, está basada en la real “Hermandad Prerrafaelita” que apareció a mediados del siglo XIX en Inglaterra, comandada a su vez por el poeta y pintor británico Dante Gabriel Rossetti, en quien Morton se inspiró para crear a su Edward Radcliffe. Dentro de este amplio catálogo de personajes se pueden encontrar de todas las formas, clases y condición, los hay malvados y los hay entrañables, y muchos de ellos aparecen y desaparecen para volver a aparecer en el transcurso de la historia, por lo que se debe realizar un esfuerzo para no olvidarlos y luego no podamos reconocerlos ni relacionarlos.

En conclusión, La hija del relojero es una novela que crece a medida que te vas adentrando en ella y, cuando ya te ha captado, te envuelve en la trama sin remedio hasta llegar a su final bien resuelto, interesante y, de alguna manera, inesperado. No quiero decir con ello que sea una de las grandes novelas de la literatura universal, ni mucho menos, pero en vista de los que nos está llegando con más frecuencia y más cantidad, es una de esas del pequeño grupo que todavía me atrevo aconsejar para ser leída.

Hasta el momento, Kate Morton ha editado seis novelas, la mayor parte de las cuales han sido rotundos éxitos en casi todo el mundo: La casa de Riverton (2006), El jardín olvidado (2008), Las horas distantes (2010), El cumpleaños secreto (2012), El último adiós (2015) y La hija del relojero (2018). Nacida en un pequeño pueblo del sur de Australia, su familia se estableció definitivamente en Tamborine Mountain, en el sureste de Queensland, Australia, donde cursó sus estudios primarios y comenzó a desarrollarse su afición a la fantasía y a la escritura. Tras la escuela estudió arte dramática en el Trinity College de Londres, hasta que pronto cambió su rumbo hacia la literatura.