Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora. (Proverbio hindú).

Retomamos esta sección en el mes de abril, el mes dedicado por la UNESCO a conmemorar los libros pues, justo el día 23 de este mes, se celebra el Día Mundial del Libro, aunque ello no me inspira ninguna emoción especial, ya que casi cada día del año está dedicado a algo y no por eso mejora nada demasiado. Y que conste que el hecho de que la reina Isabel II, la de aquí, no confundamos, eligiese el día 21, allá por el año 1866, para colocar la primera piedra, que no libro, de la actual sede de la Biblioteca Nacional no tuvo nada que ver en la decisión de dicha institución internacional. Fue simple casualidad.

Y ya que hablamos de casualidades, las efemérides, es decir, esas fechas en las que sucedió algo que luego se suele evocar, para bien o para mal, son puro fruto del azar, sobre todo los nacimientos, claro que hasta en estos se puede retorcer el calendario para que coincidan algunas fechas, como ocurrió cuando alguien aseguró que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día del mismo mes y del mismo año: el 23 de abril de 1616, la fecha exacta en la que también dejó esta vida otro gran escritor del renacimiento hispano, Gómez Suárez de Figueroa, más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega, pero de él no se dice nada.

El caso es que Shakespeare y Cervantes no murieron el mismo día, ese que se ha elegido para el Día Mundial del Libro, y precisamente por ellos, pues a partir de 1582, los reinos de Inglaterra y España no se regían por el mismo calendario ya que el Papa Gregorio XII adelantó el calendario diez días el día 5 de octubre de aquel año, con lo que pasó a ser el 15 del mismo mes. Solo tres países adoptaron inmediatamente esta medida: Francia, Italia y España, por su parte Inglaterra no se uniría hasta el 1752. Por ello, Cervantes falleció, según dicen, el 23 de abril de 1616, en el calendario gregoriano, mientras que Shakespeare lo hizo el 3 de mayo del mismo año, el 23 de abril para el calendario juliano vigente en Inglaterra, pero el caso es que entre la muerte de Cervantes y Shakespeare transcurrieron, posiblemente, diez días.

Y es que con Shakespeare todo es un misterio, ya comenzando con el día de su nacimiento que, curiosamente, se conmemora el 23 de abril… sí la misma fecha de su fallecimiento en el calendario juliano, claro que de 52 años antes, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta cuándo llegó al mundo el gran poeta y dramaturgo inglés, del que, encima, últimamente se está dudando de si fue o no realmente el autor de sus obras…

Pero, para colmo, tampoco está muy claro que Cervantes muriera el día 23, sino que, probablemente lo hiciera un día antes, el 22, lo que nos llevaría a la paradoja de que una celebración como el Día Mundial del Libro, puesta ese día para recordar la muerte de dos de los más grandes literatos mundiales, estuviera en una fecha equivocada… Y es que ya nada parecer ser lo que es…

En fin, certezas o no, vayamos a nuestro juego, el cual, como no puede ser menos (odio esta expresión tan de moda entre los políticos), se basa en las efemérides generalmente aceptadas como ciertas. En esta ocasión nos vamos a centrar en cinco autores franceses nacidos en este mes. Primero os daremos los nombres y el año de nacimiento, aunque no en el mismo orden, seguidamente una pequeña introducción biográfica de cada uno y, después, os ofreceremos unos fragmentos de una de sus obras más reconocidas, vosotros deberéis adivinar a quién corresponde cada fragmento y el título de la obra. Al final, con la fotografía de cada autor, se adjuntará una ficha que deberéis completar. Es sencillo, ya lo veréis…

AUTORES
•	Émile Zola 
•	Marguerite Duras (Marguerite Donnadieu) 
•	Anatole France
•	Charles Pierre Baudelaire
•	Edmond Rostand




AÑOS DE NACIMIENTO
-	1821
-	1840
-	1844
-	1868
-	1914

PEQUEÑAS BIOGRAFÍAS
	El día 1 de abril de ____ nació ____, poeta y dramaturgo, pero recordado especialmente por una de sus obras, la cual ha sido representada con bastante frecuencia y llevada al cine.

	El día 2 de abril de ____ nació ____, fundador del movimiento naturalista quien, a causa de su papel relevante en la revisión del proceso de Alfred Dreyfus, fue expulsado de Francia y le fue retirada la mención de Caballero de la Legión de Honor.

	El día 4 de abril de ____ nació ____, novelista de fama internacional, siendo llevadas al cine muchas de sus creaciones y, con una de ellas, ganó el Premio Goncourt.

	El día 9 de abril de ____ nació ____, uno de los poetas malditos de Francia. pero, tal vez, el más importante del simbolismo francés.

	El día 16 de abril de ____ nació ____, miembro de la Academia francesa y premio Nobel en 1921. También fue galardonado con la Legión de Honor francesa, pero la devolvió en señal de protesta y como solidaridad con Zola, a quien le fue retirada.

FRAGMENTOS DE SUS OBRAS

FRAGMENTO 1º
"El ilustre profesor Obnubile era de los últimos. 
-La guerra -decía- es un signo de barbarie que el progreso de la civilización hará desaparecer. Las fuertes democracias son pacíficas, y su espíritu se impondrá a los autócratas.
El profesor Obnubile, recluido en su laboratorio, donde pasó sesenta años de vida solitaria y estudiosa, se resolvió a observar pacíficamente el alma de los pueblos, y para empezar su análisis por la mayor de las democracias, se embarcó con rumbo a la Nueva Atlántida.
Después de quince días de navegación su barco entró de noche en el puerto de Titamport, donde anclaban millares de navíos. Un puente de hierro tendido a bastante altura sobre las aguas, resplandeciente con infinitas luces, unía dos muelles tan distantes uno de otro que el profesor Obnubile se creyó transportado a los mares de Saturno, y no dudó que aquel puente era el anillo maravilloso que ciñe al planeta del Viejo. Sobre tan inmenso transbordador circulaban más de la cuarta parte de las riquezas del mundo. Y en tierra, el sabio pingüino se instaló en un hotel de cuarenta y ocho pisos, donde servían autómatas, luego tomó el tren que conduce a Gigantópolis, capital de la Nueva Atlántida. Había en aquel tren restaurants, salas de juego, circos atléticos, una oficina de informes comerciales y de cotizaciones mercantiles, una capilla evangélica y la imprenta de un diario que no pudo leer el doctor porque desconocía el idioma de los nuevos atlantes. El tren atravesaba, en las orillas de anchurosos ríos, ciudades manufactureras que oscurecían el cielo con el humo de sus hornos, ciudades negras a la luz del sol, ciudades rojizas en la oscuridad nocturna, siempre clamorosas de día y de noche. 
-"Este -reflexionaba el doctor- es un pueblo entregado a la industria y al negocio, por lo cual no se preocupa de la guerra. Estoy seguro de que rige a los nuevos atlantes una política de paz, pues todos los economistas admiten ya como un axioma que la paz exterior y la paz interior son indicios pensables para el progreso del comercio y la industria.” 
Mientras recorría Gigantópolis confirmaba esta opinión. Las gentes iban por las calles con tal prisa que derribaban cuanto se oponía a su paso. Obnubile, después de rodar varias veces por el suelo, aprendió a ir con ímpetu, y cuando llevaba ya una hora de carrera, al tropezar con un atlante lo volteó.
En una inmensa plaza pudo admirar el pórtico de un palacio de clásico estilo, cuyas columnas corintias elevaban a sesenta metros sobre el pedestal sus capiteles de acanto arborescente.
Tuvo que detenerse y levantar mucho la cabeza para contemplarlo. Entonces un personaje de aspecto humilde se le acercó y le dijo en idioma pingüino: 
-Reconozco en vuestro traje a un ciudadano de Pingüinia. Domino vuestro idioma y soy intérprete jurado. Este palacio es el del Parlamento. Ahora deliberan los diputados. ¿Quiere usted asistir a la sesión?
Acomodado en una tribuna, el doctor miró curiosamente a la muchedumbre de legisladores que se recostaban en butacas de junco y apoyaban los pies en el pupitre.
El presidente se levantó para murmurar, más que pronunciar, entre la indiferencia de todos, las siguientes fórmulas, traducidas por el intérprete al doctor. 
-¿Hay oposición? 
-La proposición queda aceptada.
"Terminada a satisfacción de los Estados la guerra que sosteníamos para obtener la franquicia de los mercados en la Tercera Zelandia, propongo que se remitan las cuentas de gastos a la Comisión..." 
-¿Hay oposición? 
-La proposición queda aceptada. 
-¿Lo habré oído bien? -preguntó el profesor Obnubile-. ¿Será cierto? Ustedes, un pueblo industrial, ¿sostienen tantas guerras? 
-Naturalmente -le respondió el intérprete- Son guerras industriales. Los pueblos que no tienen comercio ni industria no están obligados a sostener guerras, pero un pueblo de negocios exige una política de conquistas. El número de nuestras guerras aumenta de día en día con la producción. En cuanto alguna industria no sabe dónde colocar sus productos, una guerra le abre nuevos mercados. Este año sostuvimos la guerra carbonífera, la guerra del cobre y la guerra del algodón. En la Tercera Zelandia matamos a los dos tercios de sus pobladores, para obligar a los restantes a que nos comprasen paraguas y calcetines.
Un hombre gordo y robusto que se hallaba en el centro de la Asamblea subió a la tribuna. 
-Reclamo -dijo- una guerra contra el Gobierno de la República de la Esmeralda, que disputa insolentemente a nuestros cerdos la hegemonía de los jamones y los embutidos sobre todos los mercados del mundo. 
-¿Quién es ese legislador? -preguntó el sabio Obnubile. 
-Un tratante en cerdos. 
-¿No hay oposición? -dijo el presidente-. Pongo la proposición a votación. La guerra contra la República de la Esmeralda fue votada por una gran mayoría. 
-¡Cómo! -dijo el doctor Obnubile a su intérprete-¿Aquí votan una guerra con tanta rapidez y con tanta indiferencia? 
-¡Oh! Es una guerra sin importancia, que sólo costará ocho millones de dólares. -¿Y cuántos hombres? 
-Entre todo, gastos y bajas, ocho millones de dólares.
Entonces el doctor Obnubile sumió su cabeza entre las manos y meditó:
"Puesto que la riqueza y la civilización producen tantos motivos de guerra como la pobreza y la barbarie, y puesto que la locura y la maldad de los hombres son incorregibles: se puede realizar una acción meritoria. Un hombre prudente amontonará bastante dinamita para hacer estallar el planeta, y cuando se desparramen sus fragmentos por el espacio se habrá conseguido en el universo una mejora imperceptible, se habrá dado una satisfacción a la conciencia universal, que indudablemente no existe. "
FRAGMENTO 2º
Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: «La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».
Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino.
Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Mekong. La imagen persiste durante toda la travesía del río. 
Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación.
Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela. Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas, me contentaba relegándolas a la espera. Siempre vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día ya no fue capaz de planear grandezas para sus hijos y planeó miserias, futuros de mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron cumpliendo su función, llenaban el tiempo que tenía por delante. Recuerdo las clases de contabilidad de mi hermano menor. De la escuela Universal, cada año, en todos los niveles. Hay que ponerse al corriente, decía mi madre. Duraba tres días, nunca cuatro, nunca. Nunca. Cuando cambiábamos de destino abandonábamos la escuela Universal. Volvíamos a empezar en el nuevo. Mi madre aguantó diez años. Todo era inútil. El hermano menor se convirtió en un simple contable en Saigón. Al hecho de que la escuela Violet no existiera en la colonia debemos la marcha de mi hermano mayor a Francia. Durante algunos años permaneció en Francia para estudiar en la escuela Violet. No terminó. Mi madre no debió hacerse ilusiones. Pero no podía elegir, era necesario separar a aquel hijo de los otros dos hermanos. Durante algunos años no formó parte de la familia. En su ausencia, la madre compró la concesión. Terrible aventura, pero para nosotros, los niños que nos quedamos, menos terrible de lo que hubiera sido la presencia del asesino de los niños de la noche, de la noche del cazador.
Con frecuencia me han dicho que la causa era el sol demasiado intenso durante toda la infancia. Pero no lo he creído. También me han dicho que era el ensimismamiento en el que la miseria sume a los niños. Pero no, no es eso. Los niños-viejos del hambre endémica, sí, pero nosotros, no, no teníamos hambre, nosotros éramos niños blancos, nosotros teníamos vergüenza, nosotros vendíamos nuestros muebles, pero no teníamos hambre, nosotros teníamos un criado y comíamos, a veces, es cierto, porquerías, zancudas, caimanes, pero tales porquerías estaban cocinadas por un criado y servidas por él y a veces incluso no las queríamos, nos permitíamos el lujo de no querer comer. No, algo sucedió cuando tenía dieciocho años que motivó que ese rostro fuera como es. Debió de suceder por la noche. Tenía miedo de mí, tenía miedo de Dios. Cuando amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena de vida de ese hermano mayor plantada encima de la suya, de ese velo negro ocultando el día, de la ley por él representada, por él dictada, un ser humano, y que era una ley animal, y que a cada instante de cada día de la vida de ese hermano menor sembraba el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y lo mató.
He escrito mucho acerca de los miembros de mi familia, pero mientras lo hacía aún vivían, la madre y los hermanos, y he escrito sobre ellos, sobre esas cosas sin ir hasta ellas.
FRAGMENTO 3º

¿Qué queréis que haga?
¿Que deje de lado lo que amo y me desespere
por alcanzar la gloria, la fama y la fortuna?
¿Qué debo hacer?
¿Buscarme un protector, un amo tal vez,
y como hiedra oscura que sube la pared
medrando sibilina y con adulación,
cambiar de camisa según la ocasión?,
no gracias;

¿Dedicar este espectáculo a los banqueros?
¿O convertirme en bufón con la esperanza vil
de ver nacer una sonrisa en los labios de un ministro,
o besar los pies de un obispo
para obtener así su recomendación?
No, gracias.

Desayunar cada día un sapo,
tener el vientre panzón y un papo
que me llegue a las rodillas, 
de tanto hacer reverencias pestilentes.
No, gracias.

Adular el talento de los camelos,
vivir aterrorizado por infames viveros
y repetir sin tregua: ?¡Señores, soy un loro,
quiero ver mi nombre escrito en letras de oro!?
No, gracias.

Sentir terror a los anatemas.
Preferir las calumnias a los poemas.
Traicionar medallas, urdir falacias.
No, gracias. No, gracias.
No, gracias.

Pero cantar, soñar, reír, ¡vivir!
estar solo, ser libre, tener el ojo avizor,
la voz que vibre. Ponerme por sombrero el universo.
Por un sí o por un no batirme o hacer un verso;
despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación hacia la Luna,
sólo al que vale reconocer los méritos.
No pagar jamás favores pretéritos,
renunciar para siempre a cadenas y protocolos...
Posiblemente no volar muy alto, pero solo, ¡solo!

¿Cuántos sois? ¿Sois más de mil?
¡Os conozco! ¡Sois la Ira!
¡El Prejuicio! ¡La mentira!
¡La envidia cobarde y vil!...
¿Que yo pacte? ¿Pactar yo?
¡Te conozco, Estupidez!
¡No cabe en mi tal doblez!
¡Morir, sí! ¡Venderme, no!

Conmigo vais a acabar.
¡No importa! ¡La muerte espero
y en tanto que llega, quiero
luchar... y siempre luchar!
¡Todo me lo quitaréis!
¡Todo! ¡El laurel y la rosa!
¡Pero quédame una cosa
que arrancarme no podréis!
El fango del deshonor
jamás llegó a salpicarla;
y hoy, en el cielo, al dejarla
a las plantas del Señor,
he de mostrar sin empacho
que, ajena a toda vileza, 
fue dechado de pureza
siempre; y es... mi penacho.
FRAGMENTO 4º
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula,
Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina
Se confundía. Yo era alto como un infolio.
Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
«La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
Yo puedo (¡y tu placer jamás tendrá ya término!)
Forjarte un apetito de una grandeza igual.»
Y la otra: «¡Ven! ¡Oh ven! a viajar por los sueños,
lejos de lo posible y de lo conocido.»
Y ésta cantaba como el viento en las arenas,
Fantasma no se sabe de que parte surgido
Que acaricia el oído a la vez que lo espanta.
Yo te respondí: «¡Sí! ¡Dulce voz!» Desde entonces
Data lo que se puede denominar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de los paneles
De la existencia inmensa, en el más negro abismo,
Veo, distintamente, los más extraños mundos
Y, víctima extasiada de mi clarividencia,
Arrastro en pos serpientes que mis talones muerden.
Y tras ese momento, igual que los profetas,
Con inmensa ternura amo el mar y el desierto;
Y sonrío en los duelos y en las fiestas sollozo
Y encuentro un gusto grato al más ácido vino;
Y los hechos, a veces, se me antojan patrañas
Y por mirar al cielo caigo en pozos profundos.
Más la voz me consuela, diciendo: «Son más bellos
los sueños de los locos que los del hombre sabio».
FRAGMENTO 5º

"Abajo, el gran vestíbulo con losas de mármol, donde estaba el control de entrada, empezaba a llenarse de público. Por las tres verjas abiertas se veía circular la vida ardiente de los bulevares, que bullían y resplandecían en aquella hermosa noche de abril. El rodar de los carruajes se detenía un momento, las portezuelas se cerraban estrepitosamente, y todo el mundo entraba, formando pequeños grupos, detenidos unos ante la taquilla y otros subiendo la doble escalera del fondo, en donde las mujeres se retrasaban evitando los empujones con una simple inclinación del cuerpo. A la cruda claridad del gas, sobre la desnuda palidez de aquella sala, que una pobre decoración imperio convertía en un peristilo de templo de cartón, se destacaban violentamente unos altos cartelones con el nombre de Nana en grandes letras negras. Los caballeros, como pegados a la entrada, los leían; otros hablaban de pie y taponaban las puertas, mientras, cerca de la taquilla, un hombre grueso, de ancha y afeitada cara respondía bruscamente a los que insistían para conseguir una localidad. 
-Ahí está Bordenave-exclamó Fauchery, bajando la escalera.
Pero el director ya le había visto. 
-¡Vaya si es servicial!-le gritó desde lejos-. ¿Es así como me hace una crónica? Abro esta mañana Le Figaro, y nada. 
-No tan aprisa-respondió Fauchery-. Hay que conocer a su Nana antes de hablar de ella. Además, no le prometí nada.
Luego, para cambiar de tema, presentó a su primo Héctor de la Faloise, un joven que llegaba a París para completar su formación. El director midió al joven de una ojeada mientras Héctor lo miraba con cierta emoción. Entonces, aquel era el célebre Bordenave, el exhibidor de mujeres que las trataba como un cabo de vara, el cerebro que siempre lanzaba algún reclamo, gritando, escupiendo, golpeándose los muslos, cínico y con alma de gendarme. Héctor consideró que debía decir alguna frase amable. 
-Su teatro...-empezó con voz aflautada.
Bordenave le interrumpió tranquilamente, con una palabra cruda de hombre que gusta de las situaciones francas. 
-Diga mi burdel.
Entonces Fauchery tuvo una risa aprobadora mientras de la Faloise se quedaba con su cumplido ahogado en la garganta, muy extrañado y tratando de digerir la expresión. El director se había apresurado a estrechar la mano de un crítico dramático cuyas reseñas gozaban de gran influencia. Cuando regresó, Héctor de la Faloise ya había recobrado su aplomo. Temía que le tratase de provinciano y estaba muy cohibido. 
-Me han dicho-añadió, queriendo encontrar una frase- que Nana tiene una voz deliciosa. 
-¿Ella?-gruñó el director encogiéndose de hombros-. Sí, una verdadera grulla.
El joven se apresuró a añadir: 
-Además, es una excelente actriz. 
-¿Ella? Un paquete. No sabe dónde poner los pies ni las manos.
Héctor de la Faloise se sonrojó ligeramente. No comprendía aquello y balbució: -Por nada del mundo habría faltado al estreno de esta noche. Sabía que su teatro... 
-Diga mi burdel-interrumpió nuevamente Bordenave con la fría terquedad de un hombre convencido.
Fauchery, mientras tanto, observaba tranquilamente a las mujeres que entraban. Al ver que su primo se quedaba con la boca abierta, sin saber si echarse a reír o enfadarse, acudió en su ayuda.

FICHAS

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