Robinson Crusoe, cuyo título completo aparece en la primera edición como: “The Life and Strange Surprizing Adventures of Robinson Crusoe, of York, Mariner: Who lived Eight and Twenty Years, all alone in an uninhabited Island on the Coast of America, near the Mouth of the Great River of Oroonoque; Having been cast on Shore by Shipwreck, wherein all the Men perished but himself. With An Account how he was at last as strangely deliver’d by Pyrates”, es una novela de aventuras escrita por el inglés Daniel Defoe, y publicada en 1719.

En ella, el propio protagonista, Robinson Crusoe, va narrando la obra tanto en primera como en tercera persona, describiendo todo lo que observa. Crusoe, por lo general, prefiere un estilo narrativo más objetivo centrado en acciones y eventos, en un tono mayoritariamente desapegado, meticuloso y frío. Muestra poca destreza retórica y utiliza escasos giros poéticos en las frases. En general, evita las narraciones dramáticas, prefiriendo un enfoque similar a un inventario de los hechos a medida que se desarrollan. Rara vez registra sus propios sentimientos, o los de otros personajes, y solo lo hace cuando afectan directamente a una situación, como cuando describe a los amotinados como cansados y confundidos, lo que indica que su fatiga les permite ser derrotados.

El tiempo de la novela transcurre desde 1659 a 1694, en un periplo que va desde York, Inglaterra; a Sallee, África del Norte; Brasil y hasta una isla desierta cerca de Trinidad, donde Crusoe vive como un náufrago solitario durante muchos años, luchando contra las dificultades, las privaciones, la soledad y los caníbales en su intento de sobrevivir.
Toda esta aventura comienza cuando Crusoe desobedece a su padre y sale al mar en un primer viaje comercial rentable, posteriormente fantasea con el éxito en Brasil, donde se hace dueño de una plantación, y se prepara para una expedición para comerciar con esclavos, viaje que nunca llegará a su destino pues Crusoe naufraga en una isla cerca de Trinidad, lo que le obliga a valerse por sí mismo y a esforzarse para conseguir sus necesidades más básicas. Construye un refugio, se asegura un suministro de alimentos y acepta su estancia en la isla como el trabajo que le ha enviado la Providencia como castigo a sus pecados.

Aunque Robinson Crusoe, es una de las novelas que siempre es mencionada como ejemplo del género de aventuras, sin embargo, va mucho más allá de los límites propios de este tipo de narraciones, pues las experiencias del personaje central sirven también como excusa para desarrollar un relato moral donde se intenta ilustrar las formas correctas o incorrectas de vivir.
Robinson está lejos de ser un héroe llamativo o un épico aventurero, sin embargo, sus rasgos peculiares, como la perseverancia y la destreza, le han hecho ganar la aprobación de muchas generaciones de lectores. En su isla solitaria, emplea meses en fabricarse una canoa y practica la alfarería hasta conseguir los objetos que necesita, se construye, de la nada, dos cabañas donde poder cobijarse, un establo para las cabras salvajes que habitan la isla, un almacén donde guardar los alimentos, etcétera, por lo que ha sido puesto como ejemplo a muchos escolares del planeta durante generaciones por su enfoque práctico de la vida. Sí, realmente Robinson Crusoe es un hombre práctico, con un buen olfato para los negocios y un gran instinto de supervivencia.

No se considera ningún héroe ni se jacta de sus momentos de coraje y valor que aparecen cuando los necesita, ya que, en el fondo, es una persona bastante propensa al miedo y a dejarse llevar por el pánico, periodos que supera con su capacidad de razonar, su sensatez y reflexividad.
Pero el carácter de Crusoe tiene su parte negativa, pues es incapaz de sentir profundos sentimientos por nada ni por nadie, y no se emociona ante situación alguna, sintiendo solamente un cierto estremecimiento a las consecuencias de haber desobedecido a su padre, lo que demuestra que en el fondo es supersticioso, pues considera la religión como una justicia que imparte castigos a quien la contradice. Esta dimensión moral y religiosa ya aparece indicada en el prefacio de la obra, donde se apunta que la historia fue publicada para instruir a otros en la sabiduría de Dios, cuya parte vital es arrepentirse de los pecados.

A pesar de su generosidad, revela muy poco afecto por las gentes que le rodean y parece desconocer la ternura. Minucioso en las descripciones, como cuando nos relata el proceso de construcción de las canoas o el detallado inventario de los caníbales que visitan la isla, su tono de narración se torna anodino cuando intenta desarrollar las escenas de acción, por lo que las convierte en hechos monótonos. En sí, como personalidad individual, Crusoe, con su obsesión por las fechas y su irrefrenable impulso de anotarlo todo minuciosamente, es un hombre aburrido que raya en la neurosis.
Carente de modestia, solo parece interesado en las posesiones, el poder y el prestigio, como cuando se llama a sí mismo rey de la isla. A este egocentrismo aúna su concepción racista de la sociedad, y como ejemplo de ello puede servirnos de ejemplo el hecho de querer hacer de Viernes su criado simplemente porque es nativo, a quien le hace llamarle “Maestro”, antes incluso de enseñarle cualquier otra palabra de inglés.
En resumen, uniendo sus virtudes: ingenio, laboriosidad y capacidad de supervivencia, a sus defectos tales como sus vicios sociales ya enumerados y sus deseos de subyugar a otros, Defoe creó un personaje prototipo de los hombres europeos de su tiempo, con todas sus luces y sus sombras.

Por su parte, Viernes, el segundo personaje importante de la novela y que no aparece hasta bien entrada la segunda parte de la misma, tiene, sin embargo, una gran importancia literaria y cultural, pues, posiblemente, sea el primer personaje no blanco en ser retratado de manera realista, individualizada y humana en la novela inglesa, representando a todos los nativos del imperialismo europeo en contraste a Crusoe, quien personifica la mente colonial.
Viernes encarna al hombre natural, en oposición a la rígida personalidad de Crusoe repleta de afectación, por ello es el personaje más vibrante, carismático y colorido de la novela, capaz de demostraciones emocionales y con una moral mucho más elevada, con un completo sentido de lealtad, amistad y sinceridad.
En esta contraposición de ambos personajes, Defoe parece querer exponernos los dos polos opuestos de su mundo y época: por uno el egocéntrico, individualista y materialista de los dominantes europeos y, por el otro, la naturalidad, franqueza y afectividad de los pueblos dominados, mucho más apegados a la naturaleza.

Crusoe viene a dar en una isla desierta con un ambiente inhóspito, sin embargo, logra adaptarse a las nuevas circunstancias y la convierte en su hogar, domesticando la naturaleza que le rodea, las cabras, los loros… y este dominio le da seguridad y le hace sentirse dueño de su destino. Esta evolución queda más patente si tenemos en cuenta que al principio se considera el único culpable de sus infortunios por desobedecer a su padre, pero con todos los logros que va consiguiendo, descubre su fuerza e inteligencia, y su propia imagen sobre sí mismo cambia radicalmente. Aunque lo que en un principio podría considerarse una virtud, con la llegada de Viernes se transforma en algo oscuro, ya que esa idea de dominio se aplica a las injustas relaciones entre humanos, pues él nunca llega a considerar a Viernes como un amigo real, a pesar del mucho aprecio que llega a sentir por él, y mucho menos como a un igual, pues el sentimiento de raza superior le brota instintivamente.
Su fervor religioso es interesado e intermitente, pues si bien agradece a Dios el hecho de que broten los primeros tallos del grano que sembró, tiene una visión de “su pecado” algo bíblica y egocéntrica al considerarlo como el “pecado original”, que por desobediencia al padre fue expulsado del paraíso, y el arrepentimiento consiste exclusivamente en la aceptación de su destino y la adaptación a sus nuevas circunstancias, lo que le hace ver todo de una forma más positiva, pero nunca hay un verdadero propósito de enmienda y, ni mucho menos, desaparece su soberbia, así, en el momento de su rescate y la restauración de su fortuna, no debe extrañarnos que se compare con Job, convencido de que, igual que aquél, también él recuperará el favor divino, por lo que, en cierta forma, justifica el pecado a cambio de lo conseguido.
En este punto, es fácil observar la influencia de la doctrina presbiteriana de Defoe, quien lo deja mucho más patente en la importancia que le da a la autoconciencia, pues cuando Crusoe llega a la isla no se deja llevar y no retrocede hasta el estadio salvaje de los animales y la naturaleza en la que se ve forzado a vivir, sino que vuelve su mirada hacia su interior y es consciente de sí mismo en todo momento e, incluso, enseña a decir a su loro: “¡Pobre Robinson Crusoe!… ¿Dónde has estado?”, demostrando su necesidad de enseñar a la naturaleza a expresar su propia conciencia.

En conclusión, Robinson Crusoe no solo es la obra más famosa de su autor, sino que también está considerada como la primera novela moderna de la literatura inglesa y obtuvo un éxito inmediato, no solo en Inglaterra, sino en todo el mundo occidental. Inspirada en la vida real de un marinero escocés, Alexander Selkirk, quien huyó al mar con una banda de bucaneros y, tras una pelea con el capitán, fue abandonado, en septiembre de 1704, sobre una isla desierta del archipiélago de Juan Fernández, en medio del Pacífico, a 400 millas al Oeste de Valparaíso, Chile, donde permaneció totalmente solo hasta febrero de 1709, cuando fue rescatado por un barco inglés, Defoe quiso describirnos el hombre europeo de su tiempo: optimista, eficaz, ferviente creyente en la justicia suprema, supremacista, colonialista convencido de poseer el derecho a apropiarse de las tierras y las riquezas de las tribus “salvajes” y afirmado en su labor tanto educativa como de cristianización… algo de lo que todavía en la actualidad estamos pagando las consecuencias…