Con el último parte de guerra firmado por Francisco Franco el 1 de abril de 1939 no llegó la paz a nuestro atribulado país, por mucho que eso afirmaran los vencedores, pues entonces dio comienzo, por un lado, el proceso represivo contra el bando perdedor, lo que condujo a muchas personas a la muerte, al exilio o a las prisiones, y por otro, la organización clandestina de grupos guerrilleros que mantuvieron en jaque al gobierno franquista, aunque de ello se guardó el máximo silencio oficial, o, como mucho, se habló de simples bandoleros. Y es que la ley no siempre está de parte de la justicia…

Guerrilleros, de Ernest Descals

La Segunda Guerra Mundial sorprendió a una gran cantidad de estos excombatientes en territorio francés, por lo que muchos de ellos se unieron a la Resistencia francesa en su lucha contra la ocupación nazi. Reunidos en la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE), estos hombres que fueron obligados a pasar previamente por los campos de internamiento, tuvieron un especial protagonismo en el maquis francés gracias a su experiencia militar tras los años de guerra en España; organizados en dos divisiones bajo la dirección de la Unión Nacional Española (UNE), controlada por el Partido Comunista de España (PCE), aunque bajo la dirección, lógicamente, del Partido Comunista Francés (PCF), e integrados en los Franc-Tireurs et Partisans, consiguiendo liberar numerosas localidades del sur de Francia, o la más sonada de la liberación de París, al ser los soldados españoles de la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia Libre (División  Leclerc) los primeros en entrar en la capital francesa montados en sus tanques bautizados con nombres tan españoles como Madrid, Jarama, Ebro, Teruel, Guernica, Belchite, Guadalajara, Brunete y Don quijote, en total 150 españoles a las órdenes del jefe francés de la 9ª Compañía, Raymond Dronne, quien requirió la rendición de la ciudad al general alemán al mando.

Con los alemanes en franca retirada a partir de 1944, estos guerrilleros volvieron sus miradas hacia España a cuyas tierras regresaron clandestinamente con intención de seguir la lucha contra el fascismo, desplegándose en grupos por casi toda su geografía, esta revuelta llegó a su punto culminante entre los años 1945 y 1947, lo que provocó un aumento de la represión franquista entre los civiles, por un lado, y las suspicacias del aparato del buró comunista, por otro, que ordenó la desmantelación las guerrillas en toda la nación, lo que no se consiguió hasta 1952, cuando fueron evacuados los últimos contingentes. El resto de quienes mantuvieron la lucha fueron cayendo en años sucesivos.

El lector de Julio Verne, la novela de Almudena Grandes que comentamos, se centra en la guerrilla rural en la sierra Sur de Jaén, entre los años 1947 a 1949. En los rincones más inaccesibles de aquella sierra, los guerrilleros, compuestos por exconcejales o exalcaldes del Frente Popular, políticos perseguidos por sus ideas, obreros y estudiantes enfrentados al nuevo régimen, excombatientes de las dos guerras, campesinos hambrientos huyendo de la miseria y de la injusticia e, incluso, delincuentes comunes que se aprovecharon de las circunstancias, se hicieron fuertes durante un trienio, y allí levantaron sus campamentos camuflados entre la espesura de la vegetación y lo escabroso del terreno, desde los cuales hostigaban a las fuerzas de la Guardia Civil ayudados por muchos de los habitantes de aquellos pueblos serranos, quienes, finalmente, debieron sumarse a ellos a medida que la presión de los registros domiciliarios, las detenciones arbitrarias, las torturas, las requisas y los malos tratos para provocar alguna traición, alguna delación, alguna mínima rendición que les permitiese romper su estructura de enlaces y colaboradores o la captura de los huidos, hizo de sus vidas un infierno.

Lo curioso es que fuera del ámbito de las montañas, siempre se negaba la existencia de aquella lucha y se censuraba a los medios de comunicación la información sobre los sabotajes, golpes y atentados, apareciendo solamente alguna nota, de vez en cuando, sobre la eficacia de la policía en la captura de algún forajido. Sin embargo, los documentos aportados por la Guardia Civil a los historiadores actuales revelan que aquel fenómeno tuvo una enorme envergadura que costó miles de muertes, miles de heridos, miles de personas encarceladas y decenas de miles de exiliadas, durando sus consecuencias más allá de la década de los sesenta y dando la sensación en muchas regiones españolas de que la guerra era algo interminable.

Maquis, graffity

Y en estos pueblos de la Sierra Sur de Jaén un nombre se reverenciaba sobre todos los demás, el de “Cencerro”. Tomás Villén Roldán “Cencerro”, nació en Castillo de Locubín (Jaén) en 1903. Fue presidente de la Casa del Pueblo, miembro del Frente Popular y concejal del ayuntamiento de Castillo de Locubín por el partido comunista, pero pronto hubo de renunciar al cargo para incorporarse a filas. Fue detenido tras el golpe del General Casado el 5 de marzo de 1939, aunque puesto en libertad diez días más tarde, pocas horas antes de que los franquistas tomaran Jaén. Al regresar a su casa tras la guerra, fue detenido y encarcelado en la prisión de Alcalá la Real de donde se evadió el 17 de marzo de 1940.

En la sierra formó una guerrilla y una tupida red de enlaces. Sus acciones espectaculares e inesperadas, su habilidad para esquivar las emboscadas tendidas por la Guardia Civil, el fuerte apoyo popular y su férrea resistencia le convirtieron en un personaje legendario. Por todo ello “Cencerro” se convirtió en uno de los hombres más buscados de la provincia hasta el 17 de julio de 1947 cuando, tras una encerrona preparada por uno de su grupo, fue muerto en esta localidad, al cabo de dos días de dura resistencia, y su cuerpo expuesto al público en su pueblo natal.

Sus hombres sobrevivientes continuaron la lucha dos años más, reclamando sus acciones a su nombre, lo que provocó que este hombre surgiera una leyenda casi mítica en aquellas tierras, quedando su memoria ligada al acervo popular de los pueblos de aquella sierra y de aquellas gentes que pagaron el alto precio de cerca de un centenar de muertos y más de quinientos detenidos en las cárceles franquistas.

Guerrilleros emboscados en el monte. DM

Y este fondo histórico, Almudena Grandes emplaza la historia de Nino, un niño entre nueve años, cuando comienza la novela, y once cuando se acaba, que vive en la casa cuartel de la Guardia Civil de Fuensanta de Martos, junto con su padre, uno de los miembros de la Benemérita, su madre y sus dos hermanas. Ser hijo de guardia civil no era fácil en aquellos pueblos donde se les consideraba represores por la mayoría de sus habitantes. Su padre quería que de mayor ingresara en el cuerpo, pero le preocupaba que por su pequeña estatura no pudiera dar la talla, así que le indujo a estudiar mecanografía para poder ser secretario el día de mañana, sin embargo, Nino no estaba de acuerdo y la llegada del Portugués, un forastero que vivía en las afueras del pueblo, cambia por entero todas sus perspectivas de la vida. Este hombre se convertirá en su mejor amigo, en su modelo, y gracias a él conocerá un mundo de aventuras contenidas en las novelas de Julio Verne que le despertarán la imaginación. Era una época dura, de gente buena y, sin embargo, capaces de todo para sobrevivir, pero, sobre todo, de sacrificarse por sus ideales y aprender a defenderse para mantener encendida la llama de la esperanza.

Puede calificarse como una novela de aprendizaje, de un descubrimiento rápido, pues Nino madura casi sin transición pues debe tomar pronto sus propias decisiones, razonar lo que ve, lo que escucha, lo que intuye y darse cuenta de cuáles son sus verdaderos sentimientos. Nino está rodeado de miedo, de amargura, de odio y de rabia, pero gracias a personas como el Portugués o Doña Elena, descubrirá que, a pesar de todo, hay caminos para escapar de los destinos que parecen inevitables y que en todo fondo oscuro siempre aparecen destellos de amor, ternura, amistad y lealtad.

Mujer detenida, de Joaquín Sorolla

El lector de Julio Verne es la segunda novela de los Episodios de una guerra interminable, de la que ya comentamos Los pacientes del doctor García, serie que está inspirada, como su propia autora reconoce, en los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, y que pretende retomar la historia de España donde la dejó Max Aub con su serie El laberinto mágico. Estas novelas son independientes, aunque es inevitable que varios personajes vayan saltando de una a la otra, como ocurre con el círculo de exiliados en Toulouse y la taberna Casa Inés en aquella ciudad francesa, nombrados en ésta y que aparecerán en la siguiente entrega, Inés y la alegría.

Aunque la historia se desarrolle en Fuensanta de Martos, sus temas son universales: la búsqueda de la libertad, el conflicto entre el bien y el mal, los valores de la amistad, la lealtad y el amor. El narrador es Nino, quien va recordando sus vivencias, él es también el protagonista central, aunque comparte en muchas ocasiones su centro de interés con Pepe el Portugués, el misterioso forastero que habita el molino apartado del pueblo, sin embargo el elenco de personajes es muy variado y numeroso, aunque a todos les une una misma sensación, el sufrimiento, tanto entre las gentes del pueblo, como entre los miembros de la Guardia Civil, y que todos tienen una segunda vida que les fue truncada por la guerra. Por todo ello no es difícil que nos encontremos con sensaciones encontradas a medida que nos paseamos por sus páginas, pues en raras ocasiones aparece un maniqueísmo explícito, siendo lo más común que la mayor parte de sus personajes se debatan constantemente en sentimientos opuestos.

Miliciana, Ernest Descals

Almudena Grandes nos descubre que esta novela se la debe a Cristino Pérez Meléndez, un buen amigo de su marido, el poeta Luis García Montero, porque una noche en Tánger… “Cristino me contó una historia de su infancia (…) me habló de Cencerro, de su valor, de su arrogancia, de la leyenda de los billetes firmados y de su muerte heroica, y me contó cómo era la vida del hijo de un guardia civil en una casa cuartel como la de Fuensanta de Martos, donde las paredes no sabían guardar secretos y los gritos de los detenidos llegaban hasta las camas de los niños, igual que llegó hasta sus oídos, una noche, la preocupación de su padre por un hijo tan bajito que no iba a dar la talla de mayor, y al que por eso obligó a aprender mecanografía, con un guardia que solo sabía ponerle a hacer planas.”