En capítulos anteriores:
Un claxon ruge a mi izquierda, unas ruedas chirrían por un frenazo. Y ya no recuerdo nada más.
– María… ¿Me escuchas?
“Me he dado un golpe en la cabeza, no me ha estallado una bomba al lado que me haya perforado los tímpanos”. No digo nada. Solo asiento.
– ¿Cuantos dedos ves?
Levanta dos dedos. Le miro frunciendo el ceño y estoy a punto de responder “33” solo para ver la cara que se le queda.
– Dos.

Va apuntando cosas en su carpeta de médica. Saca el chisme ese que sirve para observar la dilatación de las pupilas y me enfoca “Me cago en la puta. Sorda no, pero ciega sí que me ha dejado esta”. Gruño.
– Está bien… Ahá.
Sigue apuntando cosas en su carpeta. Mira mi sien y chasca la lengua. “Como me quede cicatriz me da algo… no quiero tener que peinarme el pelo hacia ese lado, me queda fatal”.
– Hemos avisado a tus amigos. Vendrán a recogerte pronto.
Alzo una ceja. Imagino que habrán avisado a Cristina. Pero ha dicho amigos… quizá también sea Dani. Sé que él no perdería el tiempo en venir a ver qué me pasaba. Montaría una verdadera expedición al Congo por salvarme, él es así. Y se lo agradezco en el alma. Es un gran amigo. Encojo mis hombros, me parece bien cualquiera de ellos. Supongo que después del tortazo del cual no me acuerdo (ni de él ni de las últimas dos horas) no me van a dejar estar sola por algún tiempo… Por eso de que quizá, y solo quizá, tenga alguna lesión interna que pueda presentarse en las horas posteriores. Me han hecho un electroencefalonoséqué y me han metido dentro del chisme ese que hace tanto ruido y que te mira el cerebro… se supone que estoy bien… pero quién sabe.
Tocan a la puerta y la médica sale con un escueto “Vuelvo en un rato”. Deja la puerta entreabierta y la escucho hablar con alguien. Le está contando lo sucedido. No alcanzo a escuchar su voz, pero sé que habla con un hombre así que asumo que es Dani. Me dejo caer sobre la almohada y desconecto de la conversación de afuera. Miro al techo con abstracción mientras trato de buscar una frase graciosa para hacerle reír y qué no se sienta tan asustado. Vuelve a sonar el crujido de la puerta.

El golpe me ha tenido que dejar más tonta de lo que pensaba, pues la verdad es que reconozco que estoy teniendo alucinaciones. ¿Carlos? Ladeo la cabeza. Entorno la vista. La desvío al gotero y vuelvo a mirar, por si es que en una primera impresión he visto mal. Pero no. Sigo viendo a Carlos.
Y estoy tan convencida de que estoy flipando en alta definición que muerdo mi labio.
– ¿Dani?
Pruebo, porque estoy segura, muy segura, de que mi cabeza me está jugando una mala pasada y ve lo que quiere ver, pero quien me devuelve la mirada no es más que mi amigo.
– Uhm… no.
Frunzo el ceño. Aguanto algunos segundos y me echo a reír. Me mira sorprendido mientras lagrimones de la risa inundan mi rostro. Él sigue sin hablar y yo poco a poco voy comprendiendo que no, no es Dani y yo no estoy loca… bueno, quizá sí… Paro de reír poco a poco.
– ¿Carlos?
Asiente y da un paso hacia mí. Suspira y cambia la dirección. Va hasta el sofá reclinable, se sienta y se me queda mirando como quien mira un televisor. Y ya está. Ahí acaba nuestra interacción. Yo no sé qué decir y creo que él se está conteniendo.
Pasan los minutos lentos de cojones, no hay otra forma de definirlos. Ruedo los ojos y me acomodo más recostada en la cama. Muerdo mi labio inferior. Entra la enfermera, le da a él alguna instrucción sobre qué hacer si se me cuece el cerebro fuera del hospital, como si yo no estuviera delante, y permite que nos vayamos.
– Puedo llamar a Dani, no te preocupes.
Una parte de mí prácticamente reza que me diga que no, que da igual. Y lo hace, aún que no sé si por obligación o por qué. Desde luego por su cara no parece que le haga mucha ilusión tenerme cerca.
Tampoco entiendo el porqué… bueno sí. La última vez que supe de él fue unos días más tarde después del maravilloso domingo de lluvia.
Le escribí. Le escribí mucho y le dije de todo menos bonito. Me cagué en él, en su pasotismo y en la forma en la que creía que se había aprovechado de mí. Le escribí varios capítulos del Quijote. Vamos, que me quedé bien a gusto. Él no entendió nada y al final le mandé a tomar por culo. Y me arrepentí. De eso hace ya algunas semanas. Puede que un par de meses, no sé… por ahí.
Le pido en voz muy baja que salga para que yo pueda vestirme tranquilamente y lo hace. Me espera al otro lado. Pasamos en silencio todo el camino hasta salir del hospital y, una vez en la calle, solo habla para indicarme que mejor vamos a mi casa y poco más. Le sigo por el camino hasta el coche y la verdad es que no sé si ando o floto entre nubes de algodón. Son buenas las drogas que me han dado.
Una vez me siento en el asiento del coche, cierro los ojos y caigo dormida.
Cuando los abro ya es noche bien cerrada, Carlos está en el otro lado del dormitorio. Habla con alguien entre susurros y trato de poner la oreja todo lo que puedo.
– Sí… sí… ya sé que no lo has hecho a propósito… pero… joder… ¿Tú estás preparada? Porque yo no… la verdad. – silencio. – ¿Cuánto hace que no nos vemos? ¿Un mes? ¿Sólo? ¿Estás segura? – silencio y un suspiro de él. – Joder, Lucía…. ¿De verdad que estás embarazada?