Si Florence Green hubiera pedido el permiso y el patrocinio de Violet Gamart antes de comprar Old House y convertirla en una librería, o si hubiera aceptado mudarse a otro local una vez que le dijeron que la señora Gamart tenía otros planes para aquella casa, ella podría haber tenido éxito en su negocio. La librería dependía del apoyo de uno poderoso y desafiar a aquellos que tienen el poder es invocar el peligro, sin importar cuán aparentemente civilizadas puedan parecer tus acciones.

“He leído Lolita, como usted pidió. Es un buen libro, y por lo tanto usted debe tratar de venderla a los habitantes de Hardborough. No lo entenderán, pero eso es todo para bien. La comprensión hace que la mente sea perezosa.” Estas palabras de Edmund Brundish, una de las pocas personas que le apoyarán a Florence en su aventura en aquel pueblo, reflejan lo que se va a encontrar en aquellas tierras encerradas sobre sí mismas y olvidadas del resto.
Debo reconocer que, en el caso de este libro, primero tuve noticias de su adaptación al cine (una cinta dirigida por Isabel Coixet, con la que ganó tres Goyas en 2018, entre ellos el de Mejor Película), que del libro, aunque no vi el film hasta después de leer la novela. Cuando ésta llegó a mis manos, me encontré con un libro de reducido tamaño, pero cuyo escueto título me transportó, por obra y gracia de esa máquina del tiempo que es la nostalgia, hasta momentos más juveniles de mi existencia, y si a ello le sumamos las referencias que poseía sobre su autora, Penélope Fitzgerald (una mujer culta y bien preparada quien no comenzó a escribir hasta los cincuenta y ocho años y que su primera novela tuvo forma a los sesenta y uno, como medio de entretener a su marido que agonizaba a causa del mal uso del alcohol, llegando, a pesar de su tan tardío comienzo, a ser reconocida como una de las grandes damas de la literatura británica), la curiosidad y el interés me dominaron.
Y, para ser sincero, no me arrepiento, pues La librería, que encierra una historia peculiar, carente de sentimentalismo y de ingenuidad, lo cual se agradece, formada con personajes originales y antagonistas que dan fiel reflejo de la sociedad británica de posguerra, quienes con sus devaneos, actitudes y acciones nos demuestran la triste realidad de que los valores morales no suelen imponerse a la mezquindad humana, y todo ello rebozado de sutiles pinceladas humorísticas, es una pequeña joya literaria.

La librería, escrita en 1978, fue la segunda novela de Fitzgerald quien, como ya he comentado, comenzó bastante tarde a escribir, aunque ello le permitió llegar a esa época con un buen bagaje de experiencias que se convirtieron en un buen material para sus historias: su años trabajando como dependienta de una librería, en este caso, o como profesora en una escuela de teatro, o el tiempo en que tuvo que vivir en un casa flotante o cuando trabajó en la BBC, dieron base a sus respectivas novelas, que le dieron bastante notoriedad y algún que otro premio, por ejemplo, con la que nos ocupa, la cual trata de una mujer, Florence, que abre una librería en la ciudad ficticia de Hardborough, llegó a ser finalista del Booker Prize, distinción que lograría al año siguiente con Offshore.
La librería es una lectura breve, agradable, con un enfoque ingenioso de las frustraciones y hostilidades inherentes al tratar de hacer cambios en un entorno tradicional. Florence sabe que “dejar una marca de cualquier tipo es estimulante”, pero solo encuentra oposiciones por todos lados. Ella quiere una tienda llena de libros para que la gente lea. pero un aldeano le pregunta a otro. “¿Para qué?” Luego llega la realidad y lo que más vende son las tarjetas de felicitación y, encima, se ve obligada a organizar una biblioteca de préstamos, pues son más quienes desean pedir prestado en lugar de comprar. Sin embargo, todo se complica mucho más cuando decide llenar su escaparate con tomos del libro más vendido en aquel momento, Lolita, de Novokov.
Su empeño es loable, pero abocado en el fracaso en aquella pequeña sociedad triste, oscura, caduca, anclada en la tradición y en la resignación viciada y nociva, una sociedad convencional, cínica, chismosa y clasista, donde lo que importa son las apariencias y donde todo aire fresco y renovador se ve como un peligro, ¿y qué cosa hay más peligrosa que la lectura para quien no quiere ver la luz ni que los demás la intuyan?

Penelope Fitzgerald, (Penelope Mary Knox de soltera), nació el 17 de diciembre de 1916 en Lincoln, Inglaterra. Su padre, Edmundo Knox, era el editor de Punch, la revista satírica famosa por su humor, sus chistes y sus caricaturas, y su tío Ronald escribía novelas policiacas y traducía la Biblia, así que sus influencias familiares no pudieron ser más heterogéneas.
Cursó estudios en el internado de la Abadía de Wycombe y en Somerville College, graduándose en 1939. Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó en el Ministerio de Alimentación y en la BBC, contrajo matrimonio dos años después con Desmond Fitzgerald, un soldado irlandés, con quien tuvo tres hijos y una revista literario-política que no duró mucho tiempo y aniquiló sus ahorros y la moral del marido, por lo que no le quedó más remedio que desempeñar diversos trabajos para poder sobrevivir.
Sus comienzos literarios fueron en 1975, cuando tenía 58 años de edad, y los hizo con la biografía del pintor pre-rafaelista Edward Burne-Jones; año siguiente escribió otra biografía sobre su familia, The Knox Brothers, y publicó su primera novela, The Golden Child, una historia detectivesca sobre un asesinato en un museo. Y a partir de ahí, fueron llegando las sucesivas ediciones: La librería (1978), una historia plagada de traiciones, que fue elogiada por su ingenio mordaz. En A la deriva (1979), los personajes de Fitzgerald viven en casas flotantes (como ella misma lo hizo una vez), con la ganó el Premio Booker. Voces humanas (1980), donde una cuenta humorística de la BBC en 1940, evocando el tiempo de guerra en Gran Bretaña, y At Freddie’s (1982) donde recuerda su paso por una escuela infantil de arte dramático.

En 1984 publicó su tercera y última biografía, sobre la vida de un poeta británico abandonado, Charlotte Mew y sus amigas. Fitzgerald regresó a la ficción, aunque ahora buscándole un trasfondo histórico, con Inocencia (1986), una historia de amor puesta en Florencia a mediados de los años 50. El comienzo de la primavera (1988), sobre un negocio de imprenta en inglés en el Moscú de 1913, que está llena de detalles sobre la vida cotidiana en la Rusia pre revolucionaria. La puerta de los Ángeles (1990), donde describe los años anteriores a la Guerra Mundial en Cambridge.
Inspirada por una visita que hizo a una iglesia en Bonn, Alemania, donde escuchó himnos con palabras del poeta romántico alemán Novalis, escribió su último trabajo, la novela La flor azul (1995). Póstumamente se editó una colección de historias, Los medios de escape (2000), un libro de ensayos, A House of Air (2005), al igual que una colección de sus cartas, Así que he pensado en ti (2008).
Penélope Fitzgerald murió en Londres el 28 de abril del 2000, dejando una obra de quince obras de gran calidad escritas en sus últimos veinticinco años de vida, dejando bastante demostrado que nunca es tarde para comenzar un sueño.