Truman Burbank fue una especie de niño probeta, pero con una sutil diferencia: creció y creció dentro de ella hasta creer que la realidad completa cabía en los límites del pequeño recipiente en el que había vivido. Curioso y revolucionario es que, finalmente (viene spoiler), pudiera salir a un exterior que hasta ese instante no existía. Por supuesto, no puede más que hacerlo a través de un espacio imposible: aquel en el que se unen el cielo y el mar, el punto exacto que nadie nunca ha alcanzado y nadie nunca alcanzará: el horizonte por antonomasia del planeta que habitamos. Truman fue la lengua. Eso sí, también fue, después, la literatura: “En la lengua, pues, servilismo y poder se confunden ineluctablemente. Si se llama libertad no sólo a la capacidad de sustraerse al poder, sino también y sobre todo a la de no someter a nadie, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje. Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas […] Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura” (Roland Barthes, 1974: El placer del texto y la lección inaugural)
(Los siguientes poemas pertenecen al libro de Raúl Molina Gil, Idiomas de la sangre, Premio de Escritura Creativa de la Universidad de València 2016, publicado por el Aula de Poesía, número 36)

Primer relato -Porque perdí la lengua yo también soy un hombre aproximado. Coleccionista de cáscaras de nuez en las selvas del éxtasis, recolector de vidas en oriente. Y sin embargo, tengo en mí todos los sueños: -¿A qué se debe que vista usted siempre de negro? Todavía sangran todavía sangran todavía las seis llagas de la palabra lengua -Porque mi padre era ciego amo la noche. ...y en mi interior toda esta tierra descarnada como una enorme ola… Nosotros, nosotros, nosotros, (como en un viaje hasta la piedra semilla lumbre lava ausencia) escogeremos qué creer cuando en lo alto los cielos no hayan sido nombrados.

De todos los millones y sus fiebres El aroma de las sombras, de los oasis, el aroma de la metralla, de los ojos fijos en el vacío, ¡Habla! ¿Viste el callar que nos disloca hasta la muerte? ¿La más completa de las necedades? El cielo sobre el puerto como un retrato en tonos grises: ¡Dinos! ¿Brotaba el manantial como si nunca la droga la miseria, la podredumbre, brotaba como si este tiempo hubiera cambiado, como si no la poesía? ¿Como si la duda, la rabia? Estúpidos muchachos, estúpidos e imbéciles, ellos pusieron la ceniza en la chaqueta del anciano. Y vosotros nos regalasteis una legión de lerdos, un coma etilingüístico. Lo has convertido todo en la ciudad de arena: recorrido por impulsos eléctricos, atravesado por dogmas, por cables, letras, morirás entre el sudor rancio de Ninsei, junto a la nueva Babel de las ciberlenguas. Dinos, ¿has leído a los suicidas: Celan, Storni, Plath, Zweig? ¿Pizarnik? Dinos, ¿a los supervivientes: los que vivís seguros en vuestras casas caldeadas? De nuevo entona el canto de hechi- cería, de ocultaciones, de huida y retrocesos, hasta que espese la sombra, entónalo si quieres ser humano y palpitar ante un tiempo que se dilata. Piensa si es cosa grave la voz, si es cosa grave el delirio, si la memoria, si la infamia: ¿hay algo más triste que un tren, querido hermano? ¿hay algo más triste que el silencio que deja cuando pasa, que las vías, que esas montañas de riscos sobre las que planea? ¿qué fiebre se apoderó de todos los millones?

interior había un adentro, yo lo habito. un adentro como de cámaras frigoríficas y de acero. había un adentro, lo habitamos. un adentro con una sombra vertical y el cuerpo de un ternero al final del camino y tú tirada sobre la hierba mirando el horizonte y deseando no haber sido nunca. sí, un adentro iluminado que invita a no salir, a no respirar siquiera más de dos veces por minuto. había un adentro lleno de lluvia, una casa con muros agrietados y gritos de muchachos casi muertos, de donde sales tú cada mañana para decirnos que no debemos entrar, que no debemos querer entrar porque no es agradable la casa tomada, porque o hay balcones ni ventanas ni dos soles que iluminan el cuerpo de los perseguidos. no, no, no me mires más con esas cuencas de piedra, no nos digas que no quieres saber nada de los ocasos y del viento azotando los cipreses. aquí no quedan tumbas vacías que llenar ni saltamontes, aquí no quedan lagos ni animales atrapados en las redes de pesca. había un adentro, hay un adentro lo habitamos. un adentro de níquel y yodo. se llevaron todo lo pegado a la tierra y ya no estás tumbada mirando el horizonte, se lo llevaron todo y nos dejaron anclados a las venas. era negro, todo blanco, era negro todo rojo, mientas un centenar de pájaros alzan el vuelo. había un adentro y no puedes salir, un adentro sin salida y lleno de nieve. blanco. un adentro blanco, sí, era blanco. o quizá gris o quizá opaco. y tus dientes de leche cayendo sobre las rocas, cayendo sobre el veneno, sobre la hierba. sería injusto que aullara el perro toda la noche y tú lo sabes, sabes que más allá de estos cables tiene que haber vida, quizás plazas, calles, casas, quizás bancos, muros, piedras. alguien. al fin y al cabo, alguien. había un adentro de coronas que ruedan por el suelo, de un silencio sublime sobre estos campos, un adentro de insectos, de animales agazapados entre dos tiempos. un adentro, un adentro. y nosotros perdidos, y nosotros querido hermano un recuerdo que se desvanece como hormigas en el centro de un desierto
