Renan, lingüista francés, venía a decir que su lengua (la lengua francesa, por supuesto), nunca podría ser lengua del absurdo ni lengua reaccionaria. Al fin y al cabo, pensaría, es el francés el código de la razón iluminista, el código de la Revolución y de la Enciclopedia: ¿Acaso no fueron las guillotinas afiladas en el idioma de que luego harían tan suyo Flaubert o Zola? Sea como sea, el error de Renan era pensar que su lengua, la lengua ilustrada por excelencia, solo podría decir desde la democracia, en tanto espiritualmente estaba marcada por el fuego candente del racionalismo. No pensó, sin embargo, que una lengua se define más por lo que obliga a decir que por lo que permite y, tampoco, que cada término arrastra una mochila demasiado cargada: querido Renan, le diríamos hoy, cualquier lengua no puede más que soportar la carga de la sangre de los siglos: “Los signos de que está hecha la lengua sólo existen en la medida en que son reconocidos, es decir, en la medida en que se repiten; el signo es seguidista, gregario. En cada signo duerme este monstruo: un estereotipo; nunca puedo hablar más que recogiendo lo que se arrastra en la lengua. A partir del momento en que enuncio algo, esas dos rúbricas se reúnen en mí, soy simultáneamente amo y esclavo: no me conformo con repetir lo que se ha dicho, con alojarme confortablemente en la servidumbre de los signos: yo digo, afirmo, confirmo lo que repito” (Roland Barthes, 1974: El placer del texto y la lección inaugural)
(Los siguientes poemas pertenecen al libro de Raúl Molina Gil, Idiomas de la sangre, Premio de Escritura Creativa de la Universidad de València 2016, publicado por el Aula de Poesía, número 36)

exterior había un afuera lo recuerdo, un afuera lleno de oxígeno y de voces, de oxígeno y de voces como de humanos que decían quédate y serás por fin un hombre quédate y por fin serás, lo recuerdo en un sueño lúcido, demasiado lúcido, sí, sí, como si no fuera un sueño lo recuerdo. allí una cárcel y miles de presos que se fugan, sí, miles de presos corriendo por el llano hacia no se sabe muy bien dónde y cuatro o cinco o diez que caen a tierra con su gesto de mármol y sus ojos granates. sí, sí, había un afuera, había un afuera pero tú habías muerto, pero tú estabas muerta y sin embargo un afuera. oxígeno. un afuera. allí la cárcel ya vacía. allí el callejón con sus sobredosis y sus jueces levantando cadáveres y quemando madera. allí, allí, un hospital y millones de virus en los pulmones y millones de pasillos blancos blancos blancos con las paredes blancas las cortinas blancas las batas blancas el suelo blanco las camillas las sillas las luces las sensaciones blancas blancas blancas. allí, allí un hospital con su morgue y su formol, con sus estudiantes vomitando en los aseos y su cáncer de laringe páncreas hueso lengua. Allí una plaza vacía. un muro sin pintadas ni carteles. allí un colegio y miles de gargantas y sus pasillos grises grises grises con las paredes grises y bla bla bla. había un afuera lo recuerdo, había un afuera lleno de oxígeno con un enorme ojo y un centenar de pájaros sobre el tendido eléctrico. pero tú estabas muerta y caminabas hacia cinco mil kilómetros de hielo. había un afuera, lo recuerdo. era negro, todo blanco; era negro, todo rojo. lo sé, conozco la lluvia de yodo sobre nuestras cabezas. había un afuera lleno de oxígeno y voces como de humanos. un afuera, un afuera, un afuera. y nosotros perdidos, y nosotros querido hermano un recuerdo que se desvanece como hormigas en el centro de un desierto.

Acto inconcluso Para que suavemente vibre en tu memoria, para que suavemente el parque abandonado: ruindad y tedio, hermano mío, ruindad y tedio a fuego en las mejillas. Hubo un tiempo en que nada podía detenernos; y tú llorando, linchado en el suelo como un perro perdido mientras estallan las fauces y brotan barcos mecidos por la sangre en el torrente gris . Me dicen que camino en paralelo, que ahora no esperamos vida mía porque es todo una danza entre ratones. Me dicen que lo sabes, que avanzas sin control para que suavemente vibre en tu oídos.

Animalización Qué extraño verte aquí sentado, qué horriblemente extraño oculto entre las dunas. Tu secreta desolación es lo que te hace humano: Hay una luz remota hay una luz remota y sé que no estoy solo, que aún hay quien nos moldea con calcio y con arcilla, quien grita Shibboleth tras la corriente y no tiene palabras de consuelo. Hemos dejado el lecho y avanzamos. Nos dicen que son campos que quema el enemigo, pero todo está helado y tu mirada. Qué extraño, animal agazapado entre dos tiempos, qué horriblemente extraño que apenas existamos un instante…

Adoración del páramo Nací donde siembran la nieve y recolectan eneros, donde cada pisada es en sí misma camino y cada hora un inmenso lago sin fondo. Nací, me lo decían, en la edad de la pólvora y el barro cuando todo era lunes y un humo denso cubría la pintura como una fina tela. Nací, y fui sobrino de las rocas, cuando nada era escombro ni siquiera la vida cuando abismos tan blancos y tus dientes de leche.

