Kyle vuelve a su hogar tras siete largos meses ingresado en el hospital, pero su memoria no está todavía recuperada, por lo que, al llegar a su casa, la cual le resulta extraña, se mezclan en su cabeza recuerdos esporádicos del pasado junto con vacíos que le angustian…

CAPÍTULO 10
Celia
Vimos como Kyle seguía a aquel hombre de bata blanca hasta su habitación, allí recogería su maleta ya hecha y se marcharía a casa. Habíamos quedado en la salida para despedirnos como es debido.
-Le voy a echar mucho de menos…- le susurré a Manu y nos sentamos juntos sobre la hierba.
-Yo también, espero que le vaya bien y que no pase nada parecido de nuevo, no estoy seguro de que la próxima vez tenga tanta suerte.
-Tienes razón, ahora me preocupa un poco, la verdad.
-Bueno, también piensa que ahora le tendrán más vigilado, además le vamos a estar controlando desde aquí, ¿eh? Supongo que también le veremos cuando venga a las consultas y a las sesiones en la habitación verde.
-Eso me tranquiliza un poco…por cierto, ha sido todo un detalle que le dejases ganar en el partido.
– ¿Te has dado cuenta? – me preguntó sorprendido.
“Como para no hacerlo…” pensé. La de veces que le había acompañado a entrenar, que le había visto practicar tiros durante horas, que le había alabado al mejorar una táctica. Eran incontables los minutos que me había bajado sola a las canchas y había estado practicando en el deporte solo para mejorar y poder convertirme en su compañera de pases cuando me lo pedía.
-Es que te conozco bien -le dije guiñándole un ojo.
-Lo sé, por eso eres mi mejor amiga – dijo y me miró fijamente a los ojos. Noté cómo mis mejillas se encendían y como en mi garganta se formaba un nudo.
-Pe… pero lo que no entiendo es por qué lo hiciste, sé que el baloncesto es algo sagrado para ti- logré tartamudear aún con las mejillas ardiendo.
-Es simple -dijo él sin dejar de clavar sus preciosos ojos color café en los míos- Yo no me voy a ningún lado, yo no he conseguido sanar y, sobre todo, yo sé lo que valgo. Yo sé mis defectos y mis virtudes. Él no es consciente de lo mucho que vale su vida, porque si no, nunca habría hecho lo que hizo, como amigos suyos nuestro deber es asegurarnos de que no se repita y de mostrarle lo mucho que vale. Ahora se va, pero espero que al menos lo haga con un buen sabor de boca y esto haga que su confianza sea un poco mayor.
Había dicho todo aquello despacio, respirando tranquilamente y serio, sin apartar sus pupilas de las mías. Yo no pude evitar admirarle y apenas pude retener las lágrimas de admiración que se me amontonaban en los ojos. Pensé en por qué el destino le había castigado de aquella manera, como alguien con aquel corazón de oro había acabado allí.
-No te mereces esto, Manu -le dije y aparté la vista, ya que no quería mirarle a la cara mientras me sinceraba con él. – No entiendo por qué se ha castigado con esta a horrible enfermedad a alguien tan bondadoso, no te lo mereces, esto no es justo.
-Celia, esto no es un castigo. Simplemente, es un hecho, una realidad con la que debemos vivir, y nos ha tocado como podría haberle tocado a cualquier otra persona – dijo él, con sinceridad. Me puso su mano en la barbilla para de este modo alzar mi rostro y poder volverme a mirar a los ojos -Además, para mí, esto no es ningún castigo, ni mucho menos, esto para mí es un regalo.
– ¿Un regalo? -le dije sorprendida, abriendo los ojos como platos – ¿Qué dices? ¿Estás loco?
-No, estoy bien cuerdo. Por eso te aseguro que agradezco al destino haberme enviado a este hospital, porque si no hubiera sucedido, lo más probable es que no te hubiera conocido.
No pude contener más las lágrimas y mis impulsos, me abalancé sobre él, tirándole sobre la hierba y le abracé con todas mis fuerzas.
-Prométeme que nunca te pasará nada, que vamos a mejorar y a salir de aquí juntos. Prométeme que caminaremos por las bellas calles de Londres, que desayunaremos en los mejores restaurantes de París y que iremos de compras a Nueva York.
-Te lo prometo, pequeña – me dijo acariciándome la espalda. -Además, si me voy y te abandono, ¿quién te soportaría y cuidaría de ti?
Tras decir esto se levantó y nuestro abrazo, que me hubiera gustado que durase una eternidad, se rompió. Manu comenzó a levantarse y yo le imité.
-Querrás decir al revés, sin duda cuido yo más de ti que tú de mí, ¿eh?
-Jajaja, esta vez admito que tienes razón. ¿Vamos? Seguro que Kyle está ya en la salida esperando que vayamos a despedirnos.
-Sí, vamos.
Comenzamos a andar sin hablar, cada uno estaba sumido en sus pensamientos. Manu miraba hacía el frente y andaba con aire decidido y firme, como hacía normalmente, pero se notaba que en su cabeza rondaba algo. Yo, mientras tanto, andaba mirando al suelo, y no paraba de dar vueltas a lo que había pasado hacía un rato. Por un momento mi corazón se había parado y mis mejillas se habían sonrojado, me sentía feliz. Cada palabra que había dicho él era un regalo que pensaba conservar con cariño y amor en mi interior. Volví a esbozar una tímida sonrisa al recordarlo.
Pasamos pasillos blancos y finalmente llegamos a la puerta principal donde Kyle nos esperaba con una enorme maleta y una bolsa colgada del hombro.
-Chicos, ya pensaba que os habíais olvidado de mí -nos dijo cuando llegamos y nos colocamos a su lado.
-Yo ya lo había hecho, ha sido Celia la que ha tenido la cortesía de recordarme quien eras y que debíamos despedirte -dijo Manu y Kyle le devolvió el gesto con una mueca grosera.
-Ja ja ja, qué gracioso eres, Manu, tú sí que sabes tratar a tus amigos -le dije con sarcasmo y poniendo los ojos en blanco.
-Chicos, os voy a echar de menos, gracias por todo -nos dijo Kyle mirándonos fijamente. Su sonrisa de felicidad había sido sustituida por una más pequeña, impregnada de nostalgia y tristeza. – Vendré a veros; lo prometo, no dejes que se olvide de mí, ¿eh, Celia?
-Te prometo que me encargare de ello, nosotros también te vamos a echar mucho de menos – le dije y le di un gran abrazo. – Prométeme escribir y mantenerme informada, ¿eh?
-Te lo juro -me dijo y me dio un dulce beso en la mejilla que hizo que enrojeciera, la verdad es que aquello había sido inesperado para mí.
-Bueno chicos, cortaros un poco que me pongo celoso -dijo Manu acercándose a nosotros.
Nos abrazó a ambos y de este modo causó un abrazo grupal.
-Oye Kyle -dijo Manu, soltándose del abrazo y ahora con expresión más seria. -Ahora que te vas no voy a poder estar contigo cuando lo pases mal y caigas en un bajón o algo similar, no voy a poder estar a tu lado para recordarte lo maravilloso que eres. Así que, yo prometo no olvidarte mientras tú me jures que no volverás a cometer una tontería así y que recordarás lo mucho que vales. Cuando no puedas verlo por ti mismo, nos llamas y yo te recordaré cómo es el verdadero Kyle.
Los ojos de Kyle se habían humedecido, y los de Manu igual. Yo estaba emocionada, se notaba que ellos dos habían creado un lazo hermoso y que se preocupaban por él otro.
-Gracias, Manu; no recuerdo mucho de mi pasado, pero puedo asegurar una cosa, eres el primer amigo de verdad que tengo. Y tranquilo que te llamaré cada día para darte la brasa. Tú también llámame cuando ya sabes…-dijo Kyle y se miraron de manera cómplice. Se abrazaron con fuerza y cuando se separaron pude ver como sus ojos estaban húmedos.
-Chicos, ¿estáis llorando?
-No, que va es solo que algo se me ha colado en el ojo- se excusó Kyle.
-Y yo tengo esta pinta por la alergia- mintió Manu.
-Manu, te conozco bien, la alergia siempre te viene en primavera- le reproché.
-Pero esta vez no, así que calla.
Nos reímos juntos y lo disfrutamos. Nos miramos y sonreímos. Entonces, por la puerta entro la madre de Kyle. Llevaba el pelo suelto y un bonito vestido negro con flores moradas. El traje era de tirantes y la falda la llegaba a la altura de las rodillas, se había echado sombra de ojos rosa y se había pintado los labios con un color muy natural que le favorecía.
-Hola, chicos -nos saludó con amabilidad. – ¿Os habéis despedido ya u os dejo un rato?
-No, ya está todo dicho. -le contestó Kyle. -Adiós chicos.
Nos dirigió una última mirada, una última sonrisa y salió por la puerta tras coger sus cosas. Le vimos alejarse y ya le echábamos le menos. Notábamos como una parte de nosotros se acababa de ir, como nuestro trío se había convertido en un dúo como hacía un par de meses. Cogí mi móvil y le pedí un favor a Manu.
-Ven; acércate más.
Pulsé el botón y al momento la cámara capturó nuestras caras en una hermosa fotografía. Ambos salíamos sonrientes, nuestras mejillas estaban pegadas y los ojos de Manu estaban ligeramente cerrados. Estaba guapísimo. Se la envíe a Kyle junto con el mensaje ”Ya te echamos de menos”. Esperaba que esto le sacara una sonrisa.
-Pues volvemos a quedarnos solos por lo que parece -comentó Manu.
-Eso parece, como en los viejos tiempos.
-Sí, me va a ser difícil acostumbrarme, la verdad.
-Oye, si nos damos prisa quizás podemos ver su coche circular desde nuestro rincón secreto – le sugerí.
Él no me contestó, se limitó a correr hasta las escaleras, yo corrí tras él. Subimos todos los escalones, llegamos a la última planta, pero seguimos subiendo. Abrimos la puerta que marcaba el final de las escaleras con una horquilla que habíamos trucado hace tiempo y que escondíamos en un hueco que había en el último peldaño. La introducimos en el candado que cerraba aquella pequeña portezuela y la giramos hasta que sonó un ligero clic que hizo que la puerta se abriera. La empujamos con cuidado para no hacer mucho ruido y entramos. Nos encontramos en una pequeña habitación en la que, como mucho, cabrían tres personas, llena de escobas, viejas batas y demás. En la pared derecha había una pequeña ventana que suponíamos que habían colocado allí para ventilar la habitación de vez en cuando. La abrimos y salimos por ella. Esa parte era la más difícil y peligrosa, pues no encontrábamos en el tejado del hospital. Fácilmente escalamos las inclinadas tejas y llegamos hasta un agujero que habíamos descubierto en una de las escaladas. Era pequeño, lo suficiente para que cupiésemos los dos apretados. Habíamos dejado un par de cojines para hacerlo un poco más cómodo y una manta para cuando el frío nos acechase. Nos sentamos y contemplamos las vistas, eran preciosas. Desde ahí se podía ver toda la ciudad, e inspeccionando el paisaje, finalmente encontré lo que buscaba. Un coche azul celeste circulaba por la carretera, pequeño como una hormiga, o eso parecía ante nuestros ojos.
-Adiós Kyle -susurré, esperando que el viento le llevará mis palabras a aquel chico de ojos claros.

CAPÍTULO 11
Kyle
Antes de subir al coche, me di la vuelta y contemplé el que había sido mi hogar y el lugar en el que estaba seguro de que mis amigos vivirían mil aventuras, ahora ya sin mí. Con tristeza abrí la puerta del coche y me subí, sonreí al recordar la agridulce despedida que acababa de tener. Mi móvil vibró en mi bolsillo anunciándome que había recibido un nuevo mensaje. Lo saqué y presioné el botón situado a la derecha para que la pantalla se encendiera. Puse mi contraseña para desbloquearlo, y arrastré el dedo hacía abajo para ver las notificaciones recientes. Tenía un mensaje de whatshapp de Celia. Pulsé ahí y entré en el chat que compartía con la chica de ojos verdes. Me había enviado una foto. Esperé a que se cargara, impaciente. Cuando por fin pude verla, presioné el dedo contra ella para que se agrandara. Era una foto de Manu y ella. Sonreían ante la cámara, imitando ser felices, pero en sus rostros había algunos rasgos de tristeza causados por la despedida. Celia tenía los ojos brillantes y muy abiertos, te podías perder en aquel verde esmeralda. En cambio, los de Manu estaban casi cerrados. No cabía ni una uña entre sus rostros, ya que estaban completamente pegados, pensé que esa sería la razón por la que Celia estaba levemente ruborizada. La foto estaba acompañada con un mensaje que consiguió sacarme una sonrisa, ”Ya te echamos de menos” decía el pie de foto. Me hice una foto poniendo morritos como si tuviera 5 años y se la envíe añadiendo un ”Yo a vosotros más, me aburro”. Tras mandar el mensaje estuve esperando un par de minutos a ver si Celia se conectaba y me contestaba, pero al ver que eso no sucedía, decidí guardar el aparato. Me apoyé en la puerta del coche y decidí mirar el paisaje a través de la ventana. Todo lo que se veían eran personas y edificios, no eran unas grandes vistas, a decir verdad. En seguida mis pensamientos tomaron el control en mi mente, estaba asustado. En menos de un mes comenzaría de nuevo el instituto y en menos de una hora vería mi casa. Pocas cosas recordaba de ella, tan solo la ventana de mi habitación y algunos pasillos. Lo que no tenía era ningún recuerdo mío con una edad menor a la de los 10 años. Y entonces, mientras seguía reflexionando y tratando de recordar cosas de mi infancia y del que sería mi nuevo hogar, mi mirada se topó con la de una chica que estaba en frente mío. Tendría unos 12 años, llevaba su larga cabellera castaña recogida en dos trenzas y sus ojos curiosos no miraban a la carretera al cruzar. Me temí lo peor ya que nuestro coche iba a mucha velocidad y la muchacha despistada no había visto aquel semáforo en rojo. Mi madre, absorta en sus pensamientos tampoco se había fijado en ella.
– ¡Mamá, para! -grité causando que mi madre pegara un brusco frenazo.
– ¡Hijo!, ¿estás loco? ¿Qué sucede? ¿Qué haces? -me chilló ella nerviosa.
-Estaré loco, pero acabo de salvar la vida una niña.
Tras decir esto salí del coche y corrí hasta la chica, que ahora se encontraba a menos de un metro de nuestro coche. La feliz sonrisa se le había borrado del rostro y su rostro estaba pálido. Miraba al coche con los ojos muy abiertos y se notaba que tragaba saliva con dificultad.
– ¿Estás bien? -le dije cuando llegué a su lado.
-S… sí…-consiguió tartamudear. – G.. g… gracias.
-No hay de qué, pero deberías tener más cuidado al cruzar. -le reproché.
-T… tienes r… razón… lo siento -dijo en un sollozo.
-Tranquila, ya ha pasado el mal trago. Lo importante es que estás bien y que a partir de ahora seguro que vas a tener más cuidado, ¿verdad? -tras decir esto esbocé una sonrisa sincera que esperaba que le infundiera tranquilidad.
-Gracias -me contestó devolviéndome la sonrisa. -Debo irme, adiós.
Tras decir esto salió corriendo, cruzó la carretera y se perdió por las calles. Que chica más simpática, aunque imprudente. Regresé al coche y cerré la puerta. Mi madre arrancó y volvimos a circular.
-Kyle, siento haberte chillado, eso que has hecho ha sido admirable, acabas de salvar una vida. Yo estaba distraída, cosa que no debería de haber hecho, y aquella chica no estaba a lo que debía estar, si no fuera por ti lo más seguro es que esto hubiera acabado en una desgracia.
-No importa, tan solo fue un impulso, no le des más vueltas al tema -le contesté restándole importancia. – A partir de ahora ve más atenta a la carretera y ya está. No hay más que hablar.
El resto del viaje lo pasamos en silencio y finalmente mi madre aparcó. Estaba realmente nerviosa y por eso al salir del coche casi caigo al suelo. Cerré la puerta y lentamente me giré para ver mi casa. Me quedé enormemente sorprendido, no era para nada como la recordaba o imaginaba. Me encontraba ante un enorme edificio, tendría como mínimo tres plantas. La pared de ladrillos estaba pintada de azul y cada marco de cada ventana estaba repasado por un color distinto. Mi madre sacó las llaves del bolso y abrió la puerta. Por dentro era aún más impresionante, el techo de caoba brillaba y las paredes estaban decoradas con montones de fotos, espejos y adornos. Me encontraba tan solo en la entrada, no podía esperar a ver mi habitación. Mi madre me indicó que me quitase los zapatos y los dejará en el zapatero colocado a la derecha. Lo hice y entré. Ante mi había un largo pasillo. La primera puerta a la derecha era el salón, la segunda era el comedor y a la izquierda se encontraba la cocina. Cada habitación era exageradamente grande y cada una era igual de impresionante. Estaban todas decoradas con la más detallada perfección, parecía una casa sacada de un cuento de hadas. Al final del pasillo se encontraban unas escaleras que parecían ascender al mismo cielo.
-Madre, ¿en qué piso se encontraba mi habitación? No consigo recordarlo.
-En la última -me indicó ella sonriendo tristemente.
Subí los escalones, cada uno causaba que me pesaran más las piernas, pero suponía que era lo normal ya que no me había preocupado por mi forma física en los últimos siete meses. Empecé a contar los escalones que subía.
-1…2…3…-y así continué hasta que llegué al último -…50.
Las escaleras aún ascendían un poco, pero recordaba que era porque teníamos un desván. Empecé a recorrer la planta en la que me encontraba. Esta también tenía un largo pasillo. La primera puerta que abrí me mostró un baño, en la segunda se encontraba la habitación de invitados, la tercera era algo similar a un estudio o despacho, y finalmente, en la cuarta… mi cuarto. Me quedé en estado shock, ya que al encontrarme entré aquellas cuatro paredes hizo que en mi cabeza estallaran millones de sensaciones, de momentos, todos pasaban veloces por mi cabeza, pequeños flashbacks que me estaban dejando sin aire. ¿Cuándo había comenzado a dar vueltas la habitación a esa velocidad? Prácticamente me caí a la cama, me tumbé y cerré los ojos, presionándomelos con fuerza. Sentía que la cabeza me iba a explotar. Pero de repente…calma, silencio sepulcral. Me incorporé y abrí los ojos. La habitación había cambiado, ya no estaban colgados los posters y faltaban varios muebles, estantes y libros. Quizás es que mi imaginación me había jugado una mala pasada y había imaginado cosas que no había. Entonces oí como la puerta se abría y como un niño de unos 10 años estaba en el umbral. Tenía el pelo de mi mismo color, y los ojos verdes, como los míos, aquel chico era idéntico a mí. Vestía una camiseta desgastada y unos pantalones vaqueros algo sucios. Su cara reflejaba la esperanza, en sus ojos la emoción y en su sonrisa el entusiasmo.
-Kyle, esta será tu habitación a partir de ahora. Puedes decorarla como más te guste. – dijo una voz femenina detrás de él, no alcancé a ver quién era la señora.
– ¿De verdad? -dijo el niño dando saltitos de alegría y empezó a correr por la habitación. Se tumbó en la cama justo encima de mí, yo seguía procesando lo que estaba sucediendo, pero no me costó mucho ya que, cuando el chico me traspasó al apoyarse en mí, lo comprendí todo…Volvía a estar encerrado en uno de mis recuerdos, estaba reviviendo el día en el que me dieron aquel cuarto.
De repente, mi cabeza volvió a llenarse de imágenes, ruidos, olores, emociones y sentimientos. Volví a cerrar los ojos y traté de regular mi respiración ya que estaba empezando a hiperventilar. Cuando todo cesó, abrí los párpados lentamente y comprobé que estaba en el presente de nuevo. Miré el reloj de mi mesa y efectivamente, era 20 de septiembre. Entonces recordé que en 10 días empezaría a asistir al instituto de nuevo, aquello me atemorizaba. Para la gente como yo, el infierno es más agradable que la secundaria. Me tumbé en la cama de nuevo, reflexionando de todo, echaba de menos a Manu y Celia. Saqué mi móvil del bolsillo para ver si me habían contestado, y así fue:
Celia: Tú te aburrirás, pero yo tengo que soportar a Manu sola.
Kyle: Cómo si eso te importase mucho, ¿eh?
Tuve suerte ya que al momento se conectó y de esta manera pudimos charlar un rato.
Celia: Ja, ja, ja, que graciosillo estás tú, ¿no?
Kyle: Yo siempre.
Celia: Cambiando de tema, ¿qué tal la vuelta a casa?
Kyle: Pues me acaba de pasar algo bastante extraño.
Le expliqué todo lo que había sucedido, desde que salvé a una niña a que había presenciado mi llegada a la habitación cuando tenía 10 años.
Celia: Vaya…sinceramente, hay algo que no me encaja. ¿Por qué te dieron una habitación a los 10 años? Por lo que me has contado todas ellas son espaciosas, no entiendo por qué tuviste que cambiar de habitación, además por lo que me has contado, estabas emocionado y nervioso, normalmente los niños no muestran esa emoción a no ser que sea la primera vez que están en un lugar. Hay algo en toda esta historia que no me encaja del todo.
Celia tenía toda la razón, a mí también me parecía que faltaban piezas del rompecabezas.
Kyle: Bueno, creo que me voy a descansar, demasiadas emociones por hoy.
Celia: Buenas noches Kyle, descansa.
Kyle: Igualmente.
Nada más mandé el mensaje, apagué el móvil y lo dejé junto a la mesita de noche que había colocada al lado de la cama. Cerré los ojos y caí en los brazos de Morfeo.
-Kyle, me sabe mal despertarte, pero la cena se va a enfriar -me despertó mi madre, moviéndome el hombro suavemente para espabilarme.
-V…voy…- gruñí, con el único hilo de voz que fui capaz de reproducir.
-Te espero abajo.
Se fue dejándome solo en la habitación, encendí el móvil para ver qué hora era. Las 21:27, había dormido poco más de tres horas. Desbloqueé la pantalla para ver si tenía alguna notificación, pero no había recibido nada, ”hay que ver qué popular soy” pensé para mis adentros. Parecía que Manu no había tardado en olvidarse de mí, ya que ni se había molestado en preguntarme qué tal el regreso a casa, sentí una punzada en el pecho al pensar aquello. No le di más vueltas al tema y bajé a cenar. Cuando tan solo me quedaban un par de escalones, me llegó un delicioso aroma a la lasaña. Entré en la cocina con la boca echa agua.
-Ve al comedor, cariño. En un momento llevo la comida.
Me dirigí donde mi madre me había indicado, y me senté en una de las dos sillas que tenía un plato delante, ¿solo íbamos a comer ella y yo? La mesa era enorme, calculé que en ella cabrían unas 12 personas. Pero solo dos íbamos a comer allí, qué desperdicio. Mi madre no tardó en llegar con una fuente llena de mi comida favorita.
-Pásame tu plato, Kyle – me dijo y me sirvió una enorme cucharada. -Cuidado que aún quema.
Me entregó el plato y yo lo miré con ojos golosos. No podía esperar a engullir ese apetitoso manjar. Con un tenedor partí y un trozo y me lo acerqué a la boca. Soplé un par de veces hasta que el humo que provenía del trozo desapareció y me lo pude meter en la boca sin riesgo de freírme la lengua. Delicioso. Mastiqué lentamente, saboreando aquella combinación de carne, pasta y bechamel que sabía a gloria.
– ¿Qué tal? ¿Está rico? -me preguntó mi madre.
– ¡Está buenísimo!¡Muchas gracias mamá! -le dije con la boca llena.
-Kyle, traga antes de hablar, no me enseñes lo que has masticado ya.
-Perdona, perdona -dije aún sin tragar y eso causo que mi madre pusiera los ojos en blanco.
El resto de la cena procedió en silencio y, aunque me moría por preguntar lo que pasó hacía casi 6 años y cuyo recuerdo me atormentaba, no me atreví. Cuando terminamos de comer, me levanté, dejé mi plato en la pila y subí de nuevo a mi habitación. Traté de dormir otra vez, pero no lo conseguí, así que me dediqué a explorar mi habitación. No encontré nada interesante, libros, cuadernos, revistas, pero entonces, en un cajón del escritorio… premio. Había un portátil. Lo encendí, rezando porque funcionara, y así fue. Dado que tenía poca batería, conecté el cargador. Crucé los dedos suplicando que no necesitara contraseña para iniciar sesión, puede que mis suplicas fueran escuchadas por alguna fuerza superior, ya que el ordenador se encendió sin necesidad de poner nada. Cotilleé por las carpetas, sin encontrar nada interesante. Iba a comenzar a echar un vistazo a las fotos guardadas cuando, algo llamó mi atención. ”Escritos” era el nombre que había puesto a un conjunto de Words. La curiosidad pudo conmigo y en menos de un minuto estaba cotilleando aquellos poemas, relatos cortos y demás.
MAY El cielo está azul, me recuerda a tus hermosos ojos. ¿Cuántas veces habré perdido el norte por su culpa?, ¿cuántas veces me habré perdido en ellos, tratando de buscar la salida de ese laberinto sin fin? Me encanta que se me enreden los dedos en tu larga cabellera, una cascada dorada, seguro que se asemeja a la fuente de la juventud eterna que todos desean. Yo bebería de esa fuente, bebería 1000 veces, te haría tragar a ti también ese líquido, y de esta manera poder jurarte una eternidad a tu lado.
Mis ojos me escocían al acabar de leer el poema que había encontrado guardado, me gustaba, eran los pensamientos de un chico completamente enamorado, de la inocencia y de la ceguera. ¿Por qué aquel chico había tratado de poner fin a su vida? Ya no era el mismo, eso estaba claro, pero la duda era ¿había mejorado? Los cambios suelen producirse para ir a mejor, pero siempre hay excepciones. Entonces, decidí algo, iba a volver a escribir. Si aquella versión pasada había conseguido hacer el mundo un poco más bello gracias a esos versos, a esas palabras, lo volvería a hacer.

